DIEGO ALBERTO BAROVERO

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Abogado egresado de la UBA. Docente de Derecho Constitucional y Derecho Parlamentario. Miembro del Instituto Yrigoyeneano y diversas agrupaciones de la Unión Cívica Radical. Autor de múltiples artículos periodísticos y libros de historia y colaborador en las siguientes instituciones.

Instituto Nacional Yrigoyeneano

El Instituto Yrigoyeneano ha sido creado con el objeto de estudiar y difundir la vida y obra de Hipólito Irigoyen, apartándolo de los problemas de la militancia partidaria.

Junta histórica de La Boca

Promueve, recupera y da a conocer a los vecinos e instituciones del barrio, la historia de La Boca, su herencia, sus tradiciones,su patrimonio, su pasado, presente y su futuro.

Gente de Arte y Letras Impulso

La Agrupación de Gente de Arte y Letras Impulso es una organización no gubernamental (ONG) fundada en marzo de 1940 por un grupo de destacados artistas encabezados por Fortunato Lacámera.

“...un carácter templado para la adversidad; sereno en la lucha y magnánimo en la victoria..., un alma recia para no embotarse en los dardos de las perfidias, un gran espíritu de sacrificio y una alta conciencia del deber.”

Hipólito Yrigoyen

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Existen pocas figuras en la historia política argentina con la singularidad de la personalidad y trayectoria de Alfredo Palacios. Tribuno popular e ídolo de la juventud por muchas décadas, con su aire mosqueteril, acentuado por su bigote y su chambergo además de su inveterada tendencia al lance caballeresco en defensa del honor, fue también un exquisito orador que cautivó a su público con su voz engolada y su verba florida. Fue el primer diputado socialista en el continente americano además de un exponente cabal de los derechos sociales anticipándose en mucho a las tendencias mundiales en la materia.

Alfredo Lorenzo Palacios nació en la ciudad de Buenos Aires el 10 de agosto de 1878, fue abogado, político socialista, docente y legislador.
Se educó en la fe cristiana que con el devenir de los años y algunas desilusiones personales luego abandono. El ambiente de la época, la lectura de obras de los teóricos del socialismo mundial como Marx y Engels atrajo tempranamente su atención. Recibido de abogado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires esbozó una tesis denominada "La miseria" que fue rechazada por el ambiente académico conservador de entonces y reemplazo por otra sobre la quiebra de empresas. Al iniciar su vida profesional hizo colocar en el frente del escritorio un cartel con la siguiente leyenda: "Dr. Alfredo Lorenzo Palacios. Atiende gratis a los pobres". Por aquellos años se incorporó al Partido Socialista fundado por Juan B, Justo en 1896 y llego a obtener figuración en el ambiente político de su partido por sus elocuentes discursos en meetings y reuniones en las que intervenía. En las elecciones de 1904 un grupo de inmigrantes italianos pertenecientes al centro socialista del barrio de La Boca a los que atendía con su particular dedicación le ofrecieron la candidatura a diputado nacional por aquella circunscripción electoral. Fue una campaña febril y atípica. Palacios recorrió el barrio de la Ribera y daba discursos en los patios de los conventillos. El 13 de marzo, mientras en la mayoría de los sitios del país se llevaba a cabo un fraude electoral escandaloso en la Capital existía cierta libertad para votar. Así, con 830 votos expresados a viva voz en forma insobornable por ciudadanos boquenses, Alfredo Palacios se alzó con el escaño legislativo correspondiente a la 4ta. Circunscripción La Boca.

En el campo jurídico fue fundador y exponente del denominado Nuevo Derecho en defensa de los trabajadores y las clases menos pudientes. Como legislador obtuvo varias leyes sociales, aunque la oligarquía supo obstruir muchas iniciativas de avanzada planteadas por Palacios en el Congreso, sin embargo logro que se aprobasen leyes instituyendo el descanso dominical, el sábado ingles, pago de sueldos en moneda y no en vales, regulación del trabajo femenino, ley de la silla, estatuto del docente, por mencionar algunas. Fue profesor de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad de La Plata, fundador de la materia Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, decano de la Facultad de Derecho (UBA) y Presidente de la Universidad de La Plata. En 1918 adhirió fervorosamente a los principios de la Reforma Universitaria convirtiéndose el mismo en uno de sus propulsores más comprometidos. Entre sus obras literarias más importantes se encuentran "El Nuevo Derecho", "Esteban Echeverría: el albacea del pensamiento de Mayo", "La miseria", "El dolor argentino", entre otras.

Una particularidad de la vida de Palacios fue que pese a su larga trayectoria en el Parlamento argentino nunca llego a ejercer un periodo completo para el mandato que había resultado electo. Por caso, en 1908 debido a la decisión del Presidente Figueroa Alcorta de clausurar el Congreso. Luego en 1915 debido a su renuncia a la banca tras haber sido expulsado del Partido Socialista por haber aceptado batirse a duelo (prohibido por los estatutos partidarios) con el diputado radical Horacio Oyhanarte. Tras el golpe de Estado de 1930 fue electo senador por la Capital en 1931 y debió dejar el Congreso con el golpe militar del 4 de junio de 1943 que cerró el poder Legislativo.

Durante los años cincuenta como firme opositor al gobierno de Juan Domingo Perón estuvo encarcelado sin proceso junto a otros dirigentes políticos y en 1955 en una tregua política pedida por el presidente a la oposición, Palacios pronunció un discurso furibundamente antiperonista que fue grabado y no llego a ser propalado por la radio debido a la censura imperante y provocó la finalización de la tregua, pocas semanas más tarde Perón fue derrocado por un golpe de Estado dando inicio al gobierno de la Revolución Libertadora.
Durante este periodo Alfredo Palacios fue designado Embajador ante la República Oriental del Uruguay adonde como otros políticos opositores había estado exiliado por las persecuciones peronistas. Al convocarse a una Convención Constituyente que reformaría la Constitución para reimplantar la de 1863/60, Palacios fue electo convencional por la Capital y tuvo un áspero cruce verbal con Oscar Alende cuando como presidente de la bancada de la UCRI anunció el retiro de la misma impugnando su legitimidad.

En las elecciones de 1958 fue candidato a presidente por el Partido Socialista Argentino ya que el viejo partido se había dividido (el otro se denominó Partido Socialista Democrático) acompañado en el binomio por Carlos Sánchez Viamonte. Al producirse la Revolución Cubana motivo nuevos ideales a los jóvenes y las izquierdas del mundo a los que no fue ajena la Argentina. Palacios hizo público su apoyo al movimiento y en unas elecciones complementarias para elegir senador por la Capital en 1961 y pese a su avanzada edad hizo una campaña activa y novedosa en la que le cantaba "En Cuba los barbudos, en Argentina los bigotudos. Vótelo a bigote" y se alzó con el triunfo y la banca del Senado. Sin embargo tampoco entonces pudo cumplir su mandato ya que en 1962 otro golpe de Estado derrocó al presidente Arturo Frondizi y fue clausurado el Congreso.
Sin embargo, regreso una vez más al parlamento argentino en las elecciones de 1963 que dieron el triunfo al presidente Arturo Illia, siendo entonces el diputado de mayor edad que debió presidir las sesiones preparatorias hasta la constitución de la Cámara. En 1964 fue homenajeado por el Congreso argentino al cumplirse sesenta años de su primera elección como diputado por La Boca, inicio de una vasta y fructífera trayectoria parlamentaria.
Falleció el 20 de abril de 1965 en la absoluta austeridad y pobreza en su casa de la calle Charcas 4741 por la que abonaba un alquiler de un peso ($1) mensual.

Quizá pueda criticarse a Alfredo Palacios como el más grave de sus pecados su incomprensión ante los movimientos políticos populares argentinos contemporáneos, el yrigoyenismo y el peronismo, a los que combatió con fiereza. Sin embargo no puede adjudicársele en ninguno de ambos casos que su oposición se fundase en razones de clase o defensa de intereses y privilegios elitistas ni mucho menos oligárquicos nacionales ni transnacionales. Era un socialista atípico , con una visión ni dogmática ni internacionalista, mas bien inspirado en un socialcristianismo o humanismo redentor de las clases populares cuya miseria y privaciones estudio con enjundia y dedicación. 

"Loor al presidente argentino Yrigoyen que nos ha hecho 
vivir siquiera dos horas de libertad dominicana".


Hace 95 años se produjo de uno de los más significativos episodios de la historia americana en que quedo de manifiesto el profundo espíritu solidario continentalista que animo al presidente Hipólito Yrigoyen. El 24 de mayo de 1919 murió en Montevideo el poeta Amado Nervo, que se desempeñaba como embajador de México ante los gobiernos del Uruguay y de la Argentina.Eran tiempos en que la muerte de un poeta conmovía a pueblos y gobiernos.

El presidente uruguayo Baltasar Brum dispuso que el féretro que contenía los restos de Nervo fuese trasladado de Montevideo a Veracruz en el crucero Uruguay; el presidente argentino Hipólito Yrigoyen decidió que el crucero 9 de Julio lo escoltara.

Las diligencias de traslado y entrega de los restos mortales del vate a su Patria de origen fueron cumplimentadas pero al regreso a la Argentina el buque tenía instrucciones de tocar puerto en Santo Domingo, República Dominicana que desde 1916 estaba militarmente ocupada por tropas de los Estados Unidos.

Al advertir que en la fortaleza Ozama no flameaba la bandera dominicana sino la de las fuerzas de ocupación el comandante del crucero argentino consultó a las autoridades de su gobierno acerca de cuál bandera debía saludar el buque. La respuesta provino directamente del presidente Yrigoyen, y era terminante: "Id y saludad al pabellón dominicano en reconocimiento a su independencia y soberanía". El 20 de enero, el 9 de Julio fondeó frente a Santo Domingo y saludó izando a tope el pabellón dominicano.

Las memorias dicen que los pobladores cosieron de apuro con grandes trozos de tela la bandera dominicana, y que la izaron en el torreón de la fortaleza; el 9 de Julio respondió con una salva de veintiún cañonazos. El pueblo se lanzó a las calles, olvidando las prohibiciones impuestas por las tropas de ocupación, las que pidieron instrucciones a Washington y ese mismo día recibieron una sensata y conciliadora respuesta: responder los saludos con las salvas de práctica.

Ante la difusión internacional que tuvo el suceso, Washington resolvió de inmediato cablegrafiar a Santo Domingo para que fueran levantadas las disposiciones que conculcaban la libertad de expresión oral y escrita de los dominicanos. Aprovechando el nuevo clima de relativa distensión contituyeron Juntas Patrióticas que exigieron con firmeza el fin de la ocupación.

En 1921, el Congreso de las Juntas Patrióticas reunido en San Pedro del Macoris, envió un mensaje de agradecimiento especial a Yrigoyen, y al recuperar la completa independencia en 1925, la ciudad de Santo Domingo honró al presidente argentino imponiéndole su nombre a una calle céntrica.

El acontecimiento fue mucho más que un noble y atrevido gesto diplomático. El saludo al pabellón dominicano fue un hecho político, consciente y premeditado con el que Hipólito Yrigoyen señaló su profunda visión americanista, reconocida y honrada hoy por todo el concierto de naciones del mundo.

Diego Barovero

El problema de la UCR es de identidad. En estos años su dirigencia ha incurrido en toda clase de claudicaciones políticas y doctrinarias, entre ellas conformar alianzas y frentes electorales sin coherencia ideológica, siendo que una de las mejores tradiciones de la UCR fue su actitud contraria a los pactos. Ello no debe confundirse con falta de diálogo entre partidos y búsqueda de consensos en materia de políticas públicas.
La razón de ser de la UCR fue la negativa a aceptar la componenda electoral entre Mitre y Roca en 1891: “Soy radical contra el acuerdo”, afirmó Leandro Alem entonces.
Hipólito Yrigoyen dijo que formar listas mixtas “siempre importan una transgresión y un compromiso restrictivo a la libertad de criterio de los partidos... implica en todo momento mutilar la capacidad política del pueblo... destruyendo anhelos y entusiasmos que mueven al ciudadano al ejercicio de su derecho. La UCR debe plantear esta cuestión desde el punto de vista de los principios que alienta en su seno. A la luz de este criterio, los acuerdos políticos ni siquiera pueden formularse”.
La Convención Nacional de 1948 presidida por Ricardo Rojas sostuvo que: “rechaza pactos o acuerdos con otras fuerzas políticas y prohíbe a sus afiliados, grupos u organismos que promuevan o se implique en iniciativas de esa índole”. Y la del año 1953 presidida por Moisés Lebensohn reafirmó: “la UCR luchará sin pactos, acuerdos, conforme a su tradición histórica”.
La tesitura antiacuerdista consiste en una concepción ética para el radicalismo ya que un entendimiento de estas características se hace únicamente para lograr el éxito electoral y el acceso a cargos públicos prescindiendo de las naturales y lógicas diferencias que separan a los partidos políticos. Todo eso constituye una actitud irrespetuosa para con los afiliados que se incorporaron atraídos por el ideario de su filosofía política.
Pocas veces en sus más de 120 años de historia la UCR se alejó de esta norma de conducta: en 1946 para constituir la Unión Democrática que enfrentó a Perón, y en 1999 para formar la Alianza que desplazó al menemismo. En el primer caso, no alcanzó para triunfar. En el segundo si bien triunfó electoralmente, fue un fracaso en el gobierno. Ambas experiencias fueron traumáticas no solamente para el partido sino para la sociedad.
Cuando la UCR fue coherente ideológicamente y consecuente con su doctrina pudo perder elecciones, pero cuando las ganó (1916,1922,1928,1963, 1983) llevó adelante gobiernos ejemplares que ejecutaron programas orientados al bien común de los ciudadanos, al desarrollo y a la dignidad de la Nación.
Desandar el camino de sus principios liminares trajo consecuencias funestas que aún hoy sufre la UCR, que debería retomar la senda que la convirtió en un gran partido nacional.

Diego Barovero
Vicepresidente del Instituto Nacional Yrigoyenano.
Convencional Nacional de la UCR



Cuando ingresó en el viejo bodegón bar La Buena Medida de Suarez y Caboto, justo frente a donde nació el Club Atlético Boca Júniors, una especie de mágico halo nos envolvió a todos. 

Él mismo señaló que sentía revivir la bohemia propia de los años cincuenta en ese enclave tan singular. 

Llegó acompañado de dos entrañables amigos: Fabio Zerpa y Arturo Famulari, su médico neurólogo y artífice del encuentro. 

Atendidos exquisitamente como es costumbre por el propietario del local, Tony Schiavone, almorzamos albondigas con puré, hablamos de tango, de historia rioplatense y hasta recito algunos poemas, no sin emocionarse. 

Con su habitual calidez, y por mi condición de boquense, me invito a brindar una charla en el Cuadro de Amigos de la Academia Nacional del Tango sobre el tema La Boca en el tango y el tango en La Boca, retomando el compromiso del verdadero conferencista invitado, entonces recientemente fallecido, el amigo Ruben Rodriguez Ponziolo. 

La charla en la Academia finalmente se concretó el 14 de abril pasado y tuve el honor que el maestro la escuchara sentado en primera fila. Cuando finalizó y baje del estrado a saludarlo para agradecerle, con entrañable sencillez y generosidad me dijo: "nos ha tenido en vilo una hora, no volaba una mosca". 

Mi más cálido y agradecido recuerdo al gran Horacio Ferrer

Diego Barovero
Con motivo del Día Nacional del Tango, que se celebra el 11 de diciembre de todos los años por el aniversario del natalicio de Carlos Gardel, haremos una somera referencia a los orígenes de nuestra música ciudadana en el ámbito geográfico que según mentan fue donde se oyeron y bailaron los primeros compases: el barrio de La Boca.
Cafetines, bares, bodegones, fueron en La Boca centro de su activa vida social y cultural. Los hubo de todo tipo y condición: los que se encendían por las noches cuando el tango recién se iniciaba ; los que congregaban tertulias de intelectuales, artistas y políticos; los de dudosa moral que permitían apostar unos pesos y cambiar la suerte con el juego. Situados en su gran mayoría en las inmediaciones del eje constituído por la avenida Pedro de Mendoza, la avenida Almirante Brown y la calle Necochea, fueron testigos de tantas historias como la multiplicidad de hombres y mujeres que llegaron hasta el Riachuelo. Y no pocos historiadores y memoriosos afirman que al amparo de esos locales nació el tango en esa barriada.
En Necochea y Brandsen, estaba el Café Azul frecuentado por afrodescendientes y correntinos en su gran mayoría, fue el primero en contar con una orquesta en sus instalaciones. En diagonal al mismo, Juan Filiberti apodado “Mascarilla”-padre de uno de los más significativos exponentes de esa música en estas tierras- regenteaba su propia casa de baile muy popular por aquella época. En 1876 abrió sus puertas el “Bailetín de Tancredi” en Olavarria al 200 casi Necochea, siendo uno de los primeros lugares donde comenzó a perfilarse el tango como género musical. Dicen que su propietario le cobraba a los bailarines cinco centavos la pieza y para que ninguno bailara sin pagar, la cobranza la hacía con una mano mientras en la otra empuñaba un trabuco. Frente al “Tancredi” estaba el “Bailetín de Nani”
El cruce mítico de las emblemáticas Necochea y Suárez vió su esplendor cuando las cuatro ochavas fueron ocupadas por sendos bares donde se tocaba tango. Uno de ellos fue el Café Royal, llamado también Café del Griego, donde camareras vestidas de negro con delantal blanco servían el "café a la turca", que dejaba una borra espesa en el fondo del pocillo. Francisco Canaro, recordado músico, compositor y director de orquesta tuvo su primer contrato en ese local en 1908. Allí mismo en 1909 Eduardo Arolas estrenó su primer tango “Una noche de garufa”. El Café La Marina estaba a la vuelta en Suárez 275. Allí se había mudado “El Tano” Genaro Espósito con un trío que completaban Agustín Bardi en piano y José “el tuerto” Camarano en guitarra. El Café Bar La Popular, ubicado en otra de las ochavas se caracterizaba por la presencia de hermosas mujeres que eran las preferidas de los marineros y su bella propietaria sufría por el amor no correspondido de Eduardo Arolas

Muy cerca de allí, en Necochea y Brandsen, el 8 de marzo de 1885 nació el máximo paradigma boquense de la música tanguera Juan de Dios Filiberto. Músico, compositor y director de orquesta, creador de piezas inolvidables como Caminito, El Pañuelito, Malevaje, Quejas de Bandoneón, La Vuelta de Rocha, entre muchísimas otras, que vivió toda su vida en La Boca hasta el 11 de noviembre de 1964, conmemorándose el cincuentenario de su fallecimiento.


En 1905 abrió sus puertas el célebre Bar Roma, aún hoy situado en Olavarria y Almirante Brown. Visitado por personajes emblemáticos como Alfredo Palacios Benito Quinquela Martín y Juan de Dios Filiberto, también sirvió de escenario para que un dúo compuesto por los muy jóvenes y desconocidos Carlos Gardel y José Razzano actuaran en La Boca. La milonga de Enrique Cadícamo recuerda el hito en su poema “El morocho y el oriental”:

Diego Barovero

Junto al maestro Horacio Ferrer en un rincón mítico de La Boca, el bar La Buena Medida de Suárez y Caboto
 Un 8 de mayo de 1885 en una casa sencilla ubicada al 200 de la calle Necochea nació el niño Oscar Juan de Dios Filiberti, que con el tiempo se convirtió en uno de los más geniales  y representativos  creadores musicales argentinos bajo el nombre de Juan De  Dios Filiberto.
  
 Fue el mayor de ocho hermanos en aquella típica familia conformada por descendientes de inmigrantes y  criollos, y desde  pequeño debió colaborar con el sustento familiar  desempeñándose en variadísimos  oficios como estibador, oficial de panadería,  albañil, mecánico, vendedor  ambulante, lustrabotas y calderero en la compañía naviera  Mihanovich. Las  necesidades familiares y de sus semejantes lo  identificaron desde joven con las ideas anarquistas, lo que  lo llevó a ser uno de los organizadores de  las huelgas de astilleros de 1907. 

 El propio Filiberto solía contar que su vocación por la música comenzó a sus seis años cuando el padre - el  célebre "Mascarilla" que  regenteaba un cafetín en Brandsen y Necochea - lo  llevó de viaje a Lobos donde  escucharon unos tangos en "La Estrella", el  legendario local donde se decía que  fue asesinado Juan Moreira; su tío, Santiago, tocaba ahí  el organito y, de tanto  en tanto, lo dejaba dar unas vueltas a la manivela.

  Luego de una fallida incursión en la educación plástica en su temprana  juventud, comenzó sus estudios musicales con los  maestros Celestino Piaggio y César  Stiatessi en solfeo, piano y violín, luego con Rodríguez  Castro toma clases de  armonía e ingresa, más tarde, al Conservatorio Nacional de  Música de Buenos  Aires, dirigido en ese entonces por Alberto Williams. Allí  se perfecciono en  piano y contrapunto bajo la atenta mirada del Maestro  Fornarini y del mismo  Williams. Fue compositor y director de orquesta, además  de hábil interprete  de piano, guitarra, violín y armonio, instrumento con el  cual creo gran parte  de su repertorio.
  
 Estando en Mendoza compuso, en estilo campero, su primer tango, Guaymallén.  De regreso a Buenos Aires siguió componiendo, Cura  segura, De mi tierra,  Cuando llora la milonga, El pañuelito, Clavel del aire,  Malevaje y  Quejas de bandoneón, este último celebrado como  su mejor tango, son  algunas de sus magníficas composiciones. Pero sin duda su  composición más  conocida fue Caminito; con versos de Gabino Coria  Peñaloza.

 De espíritu siempre renovador Filiberto, en 1932, creó una  nueva  modalidad orquestal que llamó orquesta porteña y que  integró con clarinetes y  flautas. Con esa orquesta dio recitales en el Café Tortoni
 - de cuya legendaria Peña fue fundador junto a su entrañable amigo  Benito Quinquela Martín- y en el teatro Cómico, animó la temporada  marplatense de 1933 y  participó en la película Tango, de Carlos de la  Púa y Luis Moglia  Barth. Carlos GARDEL, le grabo mas de quince de sus obras siendo las más  afamadas Yo te bendigo,  Caminito y Malevaje. 
  
 Su carrera como director de orquestas oficiales  municipales y nacionales, comenzó con su "Orquesta  Porteña", de la cual han  quedado muy pocos registros. En 1938 dirige la  "Orquesta Popular de Arte  Folklórico" y en 1948, la “Orquesta de Música  Popular”, perteneciente al  Ministerio de Educación de la Nación, donde su batuta  tutela a cuarenta músicos.  Hacia 1956, este conjunto funciona con el nombre de  "Orquesta de Música  Argentina y de Cámara" y a su muerte es denominada  “Orquesta de Juan de Dios  Filiberto de Música Argentina y de Cámara". Finalmente y por Decreto Presidencial, en 1973 es rebautizada "Orquesta Nacional  de Música Argentina Juan  de Dios Filiberto ". Filiberto fue activo defensor de los derechos de autor y su Ley de protección –la 11.723–  del año 1933. Fue fundador  de una sociedad de autores nacional que es la  actual Sociedad  Argentina de Autores y  Compositores de Música (SADAIC)  y en 1936 queda  inscripto como "Socio Fundador”.
  
 El 11 de noviembre de 1964 Juan de Dios Filiberto falleció en su magnífica casa de la calle Magallanes  al 1000 cuyo frente había  decorado su amigo de siempre, don Benito Quinquela  Martín y la que el barrio de La Boca espera recuperar para  su patrimonio como escuela museo.

Diego BAROVERO 




La Boca del Riachuelo ha dado por siglo y medio tema, motivo y exponentes a las artes plásticas en forma incesante.

La escuela que fundara el maestro Alfredo Lázzari alcanzó su cenit en figuras notables como Quinquela Martín, Lacámera, Diomede, Tiglio, entre muchos otros. La Agrupación Impulso próxima a cumplir setenta y cinco años de labor en las artes y las letras, exhibe orgullosa su fructífero aporte a esta trayectoria.

Pero afortunadamente para la pintura, no se agotó en ellos y fue encontrando la forma de pervivir a los tiempos a través de la obra de muchísimos y valiosos artistas entre los que destaca por su particular y sutil estilo Víctor Fernández.

Brillante exponente de una joven generación de pintores que hunde sus raíces en la profundidad de las mejores tradiciones boquenses, su obra, exhibida en la muestra "Chapa, madera y corazón. El barrio de las casas con alma" que lucen orgullosas las paredes de la Agrupación Impulso -en cuyo ambiente formóse en sus comienzos obteniendo uno de sus primeros premios- es cabal expresión de su sensibilidad artística y de su compromiso con un legado al que honra con creces desde hace tiempo, antaño como curador y hogaño como director del Museo de Bellas Artes Benito Quinquela Martín, donde desarrolla su labor de gestor cultural con dedicación y esmero dignos de reconocimiento.

En cada uno de sus cuadros Víctor Fernández expresa una íntima y apasionada declaración de amor al barrio de La Boca.

Diego Barovero
(Discurso pronunciado en el acto del Colegio Nacional de Buenos Aires en oportunidad del 163° aniversario del fallecimiento del General Don José de San Martín)

A fines del siglo XVIII la corona española decide expulsar de América a los jesuitas y casi al mismo tiempo crea el Virreinato del Río de la Plata, en el extremo litoral la población del área conocida como Las Misiones en terrenos ganados a la selva no superaba las 90 mil almas. Precisamente una de ellas es Yapeyú, lugar de nacimiento de nuestro héroe José de San Martín un 25 de febrero de 1778, nieto de un famoso general español que atravesó el Chaco en memorable recorrido e hijo del entonces teniente gobernador del lugar. Vivía la familia en el antiguo colegio de los jesuitas y en 1796 regresarían a España en momentos en que arde Europa ante la presencia napoleónica y la circulación de las ideas revolucionarias. José y otros dos hermanos varones cumplirían el mandato familiar como soldados del rey de
España, pero nuestro San Martín cumplida su instrucción y su iniciática acción militar en la tierra de sus ancestros, quizá conservando en su retina aquellas imágenes de su infancia en lejanas tierras, pero más aún por un sentimiento de convicción revolucionaria que anidó siempre en su espíritu sentirá suya la revolución americana sobreponiéndose a la historia española que por cuna y tradición se le imponían.

Dice Mitre en su Historia: “San Martín, al regresar a la paria, era un hombre oscuro y desvalido, que no tenía más fortuna que la espada ni más reputación que la de un valiente soldado y un buen táctico”. Fue extraño el influjo que lo lleva a adoptar su inquebrantable decisión de prestar su espada y su ingenio para la liberación del continente.

¿Cómo abordar la figura multifacética de San Martín desde la cultura de este siglo XXI sin caer en exageraciones ni simplificaciones? ¿Como el héroe providencial? ¿Como el Padre de la Patria que nos enseñaron en los festejos escolares? ¿Como figura de corte castrense por influencia cultural en un país de tradición militarista que se impuso por la fuerza a la legalidad constitucional? ¿Como hombre de gobierno a partir de su acción gubernativa en la provincia de Cuyo y posteriormente en los inicios del Perú independiente? ¿Como estadista de visión continental que entendió que debía afrontar notables sacrificios que aseguraran el éxito final de la empresa libertadora? ¿Como punto de referencia inicial de un proyecto auténticamente liberador, nacional y democrático?

En la obra de San Martín encontramos el fundamento y apoyo del proceso independentista que – de no ser por su oportuna y acertada participación – quizá no se hubiera concretado.

De allí que el derrotero de la definitiva independencia de nuestra Patria esté íntima y definitivamente relacionado con la misión sanmartiniana.

Ejemplo de ello es la campaña de San Martín en Cuyo en procura de constituir un ejército que liberara a Chile y por mar llegar a Perú.
Ambas cuestiones, la declaración de la Independencia y la actuación americana de San Martín se enlazan estrechamente y son de particular relevancia para comprender nuestra trayectoria histórica y para asociar como corresponde estos hechos a nuestro sentido de identidad nacional y americana. Ambos son interdependientes y no deben ni pueden ser vistos separadamente.

La conmemoración de la muerte del general San Martín el 17 de agosto tomó a lo largo del siglo XX una tradición que se consustancia fundamentalmente con lo castrense. Desde la recuperación de la democracia que cumplirá en pocos meses una feliz continuidad de treinta años fue necesario ir dotando la efemérides de atributos cívicos que, además de glorificar al eximio hombre de armas que fue San Martín, permitieran registrar sus cualidades personales, culturales y políticas, que lo muestran en una dimensión aún más relevante y significativa.

En efecto, hay una convención o acuerdo con su figura en el sentido de reconocerlo como Padre de la Patria, y no hay historiador que se haya atrevido con su simbología.

La fecha que se elige, es la cifra de muchas otras, como en el caso de Belgrano, porque suma avances y retrocesos, heroísmos  y fracasos, adhesiones y rechazos, pero en definitiva marca un camino seguro en el destino americano, el de forjar la independencia de las  naciones nuevas.

La figura de San Martín resulta así agigantada, no sólo por sus acciones militares sino también por su preocupación en el exilio por proteger nuestro destino independiente.

Aquí habría mucho más que agregar, y sobre todo referido a la unidad continental, fundiendo su gestión con la de Simón Bolívar en la lucha contra el común enemigo español, dando la verdadera dimensión ciclópea de su determinación para vencer a la naturaleza en el paso de los Andes que fue una auténtica odisea  y recorrer por mar el camino para atacar el corazón de la resistencia goda.

La tradicional apatía e ignorancia que respecto de la gesta bolivariana impuso oportunamente cierto discurso oficial, que consta también en las interpretaciones de nuestros primeros historiadores, en buena hora que sea revisada y corregida para dimensionar la verdadera realidad americana en la que San Martín cumplió un rol fundacional.

San Martín no sólo sale de esa confrontación engrandecido, sino pleno de sentido en todo su accionar, en su determinación de seguir el plan de guerra, y en su renuncia final, ante el juego de poder en el que con generosidad e inteligencia no busca imponerse. Esta es una veta que es necesario explorar, y que dará calibre y densidad a ese héroe americano que ha sido San Martín, pero para ello será bueno dejar de lado la retórica y retomar, paso a paso, sus actuaciones y su dimensión de argentino que pulsó todas las cautelas y los temores de nuestra nación incipiente, sin rebajar su entusiasmo y poniendo siempre la voz de aliento y de concordia que la historia refrenda en un desapasionado registro actual.

Tanto la fecha sanmartiniana que evocamos el día de hoy, como la del 9 de julio, sólo adquieren significación en la medida que se remonta la óptica y la consecuencia al ámbito latinoamericano. Ninguna otra ocasión tiene esas mismas resonancias. Y por cierto que ambas están como decíamos estrechamente relacionadas.

Porque San Martín tiene toda la apostura del héroe de epopeya, no tanto por su decisión de tomar parte de la lucha por la independencia argentina, sino porque desde el primer momento lo vió como un movimiento de alcance continental. Y por eso mismo comprendió que los combates que había dirigido, con diversa suerte pero con auténtico heroísmo, el general Manuel Belgrano en el Alto Perú no habían sido decisivos no tanto por los avatares de los ejércitos y las geografías, como por la misma ubicación de la lucha, en lo que hoy se calificaría de ámbito geopolítico. El Alto Perú era un espacio que siempre había cuestionado su dependencia del Virreinato del Río de la Plata. De modo que la producción minera, el número y calidad de su población, y su conciencia de poderío lo hacían altamente autónomo con respecto a todas las demás regiones. San Martín llegó a verlo a Belgrano, maltrecho después de algunos combates, pero supo discernir dónde estaba el riesgo y la contrariedad. Respaldó totalmente a Belgrano – a quien juzgó como “el mejor que tenemos en la Patria” - pero a partir de esa inspección suya no hubo dudas: quien debía y podía seguir la lucha contra los españoles sólo podía ser el general Martín Miguel de Güemes y sus soldados gauchos, el único que mediante la guerra de guerrilla podía aprovechar el conocimiento del terreno y eludir la confrontación con ejércitos que las fuerzas criollas no estaban en grado de ofrecer. De ahí en más quedó a cargo de esos bravos la defensa del norte. Pero todavía quedaba el proyecto decisivo: cruzar los Andes, liberar a Chile y alcanzar por mar a los godos en el corazón de su poderío, el Perú de los virreyes que seguía sin enterarse siquiera de los esfuerzos libertadores emprendidos por las Provincias del sur y por las fuerzas de Bolívar en Nueva Granada. De modo que el riesgo y el diseño fue enteramente continental desde el vamos, y así solamente puede comprenderse que San Martín, mientras se empeña en preparar un ejército aguerrido y bien pertrechado en el próspero Cuyo que pone todo su esfuerzo en combinar eficacia y adiestramiento, en el mismo momento, escribe a los congresales reunidos en Tucumán y los urge sin miramientos a que se proclame la independencia de las Provincias Unidas, sin dilación y sin ambajes. La hora ha llegado y no caben los circunloquios. En eso estaban desde 1810, cuidando las expresiones, enalzando a Fernando VII como la figura del buen rey español en desgracia, retardando la exhibición de la bandera que ha creado Belgrano a orillas del Paraná para no concitar eventuales iras y por fin titubeando en una declaración tajante que quizás los enemistara con los poderes europeos que desde la derrota de Napoleón en Waterloo en 1815. Pero había que sacar fuerzas de la flaqueza, solamente reiterando la importancia de ser libres, seguridad y fuerza que se pierde en la medida que se contempla demasiado la ubicación de los poderes y se somete la decisión entera y valiente de ser libres. Es pues San Martín el hombre de la espada, la autoridad y la discreción, el más entusiasta defensor de que la lucha debe seguir a cara descubierta, sin máscaras ni tapujos, y a punta de espada si es necesario hacer frente al europeo represor. Porque ya a partir de la organización de los estados europeos, hay que esperar acciones conjuntas, decisiones meditadas y retempladas en la derrota de Napoleón el hombre más odiado por los poderes reales y todo aquello que pusiera en duda su legitimidad. La radicalización de la revolución es un hecho, como una especie de confirmación de la argentinidad y una refirmación de la vocación de ser América libre, conquistando la independencia política.

Es un momento dramático para los patriotas americanos, porque por doquier se está en repliegue ante el avance godo y porque los sucesos europeos restan la esperanza que hasta entonces los había nutrido. Pero por eso mismo es tan grande San Martín, en su vocación libertaria y de lucha, en su respaldo a la independencia clara y definitiva.

La rememoración  de la gesta del cruce de los Andes, con los medios de la época y el protagonismo de todo un pueblo, será para siempre digno de venerar por la capacidad de planificación y dirección estratégica militar. Pero la confianza en el resultado de la lucha, su definición de los objetivos, su diafanidad de miras, es sin duda su gloria más imperecedera, y la que lo acompañará hasta su muerte.

El hecho de que después de proclamar la independencia del Perú, San Martín decida abandonar la finalización de la gesta de armas a cargo del otro gran libertador que fue Bolívar, será siempre un tema en debate, en la medida que la estrechez de miras de generaciones posteriores no supo o no quiso ver que las opciones de un buen ciudadano son muchas, frente a las encrucijadas de su patria y a su participación en el destino común.

Aurora Ravina que por muchos años enseñó historia en este Colegio,  sostiene que “San Martín concita el respeto y reconocimiento unámine de los argentinos tan proclives a buscar la antinomia y la confrontación, porque su acción militar y su lucidez política, libre de ambiciones personales espurias, puestas al servicio de la libertad de su país y de América hispana, permiten reconocerlo como un símbolo de la consolidación de los ideales contenidos en los acontecimientos fundadores del decenio de 1810”.

Y Ricardo Rojas escribe que hay en San Martín “una gloria mayor que la de haberse medido con la montaña y con el mar, o haber vencido a las armas españolas con soldados que sacó de la nada. Esa otra gloria más grande es la virtud excepcional en un guerrero, de haber sabido vencerse a sí mismo, haber renunciado a los ascensos, los honores y los premios del triunfo y de haber sabido sobreponerse a la adversidad cuando se eclipsó su estrella”.

Sin duda concordamos con ello y agregamos que la historia minuciosa rescata en el San Martín del ocaso una entrega apasionada a la defensa americana, y en ese mismo sentido seguirá velando por su patria y revalorando la conducta de los gobernantes ante el asedio imperialista europeo.

Los argentinos tenemos que aprender a ver el proceso de la independencia americana como algo que nos ha sido común y sigue siéndolo en la misma medida que tenemos que lograr la plena identificación del ideario que alimentó aquellos días que fijaron nuestra pertenencia como americanos libres.

En la segunda mitad del siglo XIX en el borde sudeste de la capital, en terrenos pantanosos y anegadizos, comenzó a formarse una aldea de características únicas e irrepetibles, con preponderancia de inmigrantes de diversas procedencias aunque, mayoritariamente italianos. Por su ubicación geográfica recibió el nombre La Boca del Riachuelo de los Navíos y en pocos años alcanzó un importante desarrollo social, económico y cultural pese a las adversas condiciones originarias.

El 23 de agosto de 1870 alcanzó su propia autonomía al crearse el Juzgado de Paz de La Boca del Riachuelo, motivo por el cual se instituyera el Día de La Boca por la ley 944, sancionada el 5 de diciembre de 2002 por la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Y desde aquella margen del Riachuelo, en medio de la policromía de casas de madera y chapa surgió el barrio de mayor nombradía de Buenos Aires y Argentina en todo el mundo. Porque fue desde su origen tierra de pasiones con profunda raigambre.

La pintura y las bellas artes en general de la mano de Alfredo Lázzari, Benito Quinquela Martín, Fortunato Lacámera, Miguel C. Victorica, Miguel Diomede, Marcos Tiglio, Juan C. Miraglia y José L. Menghi.

El tango, consagrado en el arrabal de Súarez y Necochea, donde surgieron Juan de Dios Filiberto, Eduardo Arolas, Agustín Bardi, Juan Bautista Deambroggio, los hermanos Greco, Francisco Canaro y el mítico dúo Gardel-Razzano en Olavarría y Brown.

El fútbol y sus dos grandes y más populares escuadras River Plate – que se mudó de barrio- y Boca Juniors que sigue reinando al latido de la Bombonera de la Ribera.

La típica gastronomía xeneize, la fugazza con queso, la pizza de cancha, el fainá, los strascinatti al pesto que hicieron las delicias de propios y extraños.

Los carnavales con sus murgas y las fiestas religiosas y devociones a la Mandonna. El Puente Trasbordador enorme ícono barrial, Caminito y su teatro al aire libre, las cantinas de la calle Necochea...

La Boca es eso y mucho más, es alegría y es nostalgia. Es recuerdo y es compromiso. Es pasión y es fidelidad. Podría decirse que La Boca es eterna, parafraseando a Jorge Luis Borges, porque se hace cuento que alguna vez empezó. Quizá sea cierto aquello de Julián Centeya: “cuando vinieron a fundar La Boca…La Boca ya estaba”.

Diego Barovero*
Junta Auténtica de Historia
y Cultura de La Boca del Riachuelo

Diego Barovero

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Diego Alberto Barovero