DIEGO ALBERTO BAROVERO

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Peronismo en estado puro



Por Diego Barovero*



Finalmente sucedió. Tuvo que hacer lo que tantas veces dijo que no haría. Aquello a lo que se negaba con obstinación y contumacia. Él que pretendía fundar un nuevo estilo y una nueva forma de hacer política. Que pretendía implementar un nuevo modo de acumulación y conducción. Que soñó la "transversalidad" como el modelo que pondría fin al viejo régimen bipartidista. Que prometió la "Concertación Plural" como la superación definitiva de la antinomia peronismo-antiperonismo. Pero no pudo ser. Empujado por las circunstancias y la coyuntura, por necesidades, errores y prejuicios propios y por impulso de otros, Néstor Carlos Kirchner debió asumir la presidencia del Partido Justicialista (PJ) normalizado.



Claro que el concepto "normalizado" no implica, va de suyo tratándose del justicialismo, que la mentada "normalización" incluyera mecanismo de participación y elección directa por parte de los afiliados, ni representación de minorías, ni ninguna otra de esas trivialidades propias de la "partidocracia liberal". Vale decir que Kirchner fue consagrado presidente del primer partido político argentino, el mayoritario (al menos en cantidad de afiliados) y el que ostenta la mayor cantidad de gobernaciones, legisladores nacionales y provinciales, municipios, concejales, etc. por el tradicional mecanismo implementado a lo largo de la historia durante más de seis décadas para elegir a su conducción partidaria y a sus candidatos a cargos electivos: a dedo. En este caso además, por el dedo de él mismo, en una curiosa reedición del concepto acuñado por otro ex presidente, pre-peronista, de cuño conservador provinciano que postulaba la "unanimidad de uno" para tomar decisiones.



Pero como la necesidad tiene cara de hereje, y aunque en los prolegómenos de la entronización de Kirchner al frente del justicialismo se anunciaba un áspero discurso en el que el santacruceño atizaría aún más el fuego del enfrentamiento con el campo y en un contexto en que se hace necesario apuntalar la frágil administración de su cónyuge, jaqueada por la crisis de confianza social y la falta de liderazgo político (en gran medida por la esmerilización a la que la somete el propio ex presidente), acabó por cederle el micrófono y guardar silencio en una ceremonia donde lo esperable era escucharlo a él, como que se trataba de la formalización de su conducción partidaria.



El discurso de la presidenta no aportó nada novedoso a lo que se viene viviendo y al habitual "relato" que desde el poder k se hace de la realidad nacional. Sí fue evidente el claro deseo de la mandataria de brindar una imagen y una actitud conciliadora, esperando que la dirigencia ruralista acepte el convite de volver a la negociación y levante el lock out de graves consecuencias para la economía nacional.



Sin embargo, el escenario elegido para la convocatoria no fue el más acertado. Curioso: los Kirchner utilizan el atril del Salón Blanco de la Casa Rosada para lanzar invectivas contra diversos sectores a los que buscan identificar como "el enemigo" y formulan llamamientos a la concordia desde una cancha de fútbol de un club suburbano en medio de una batahola entre bandas sindicales.



La coronación de Kirchner como nuevo líder carismático y conductor del mayor movimiento político argentino se vistió con los habituales oropeles de la liturgia peronista, vetusta y perimida, pretendiendo insuflarle algo de la mística perdida a lo largo de estos años de negación de la identidad que balbuceó el propio kirchnerismo, jaqueado por el conflicto ideológico interno (interno de sí mismo, del interior del propio Kirchner).



La ceremonia de entronización contó con los habitualmente violentos y desgraciados episodios que suelen enmarcar la puja por los espacios en los palcos, las gradas, la ubicación de las banderas (los trapos, en la jerga), etc, reeditando el vergonzoso jaleo de hace dos años en ocasión del segundo funeral de Perón cuando trasladaron sus restos al túmulo de San Vicente entre tiros, trompadas y palazos.



Sigue siendo un misterio que algún día quizá puedan develar especialistas en cuestiones esotéricas (ya que polítólogos, sociólogos e historiadores no han logrado dar en el clavo)porqué razón sigue latente el mito peronista, que además pareciera alimentado por la notoria incapacidad de los opositores en construir una verdadera alternativa que pusiera fin a la hegemonía política desplegada desde hace más de sesenta años, como bien señala Marcelo Acuña en "El Corralito Populista. De Perón a los Kirchner", de reciente aparición.



Vale además tener en cuenta la eficaz acción propagandística desplegada por escribas de diverso pelaje para que varias generaciones argentinas, que por razones etáreas no debieron sobrellevar lo que para muchos fue la dictadura peronista, tengan ahora una imagen falsa de lo que fue la Argentina de aquellos tiempos de omnipotencia de la pareja que compusieron Juan y Eva Perón y que les permitió alimentar un mito que superó la propia desaparición física de ambos y que se prolongó en liderazgos tan contradictorios como los de Isabel Martínez, José López Rega, Carlos Saúl Menem, Eduardo Duhalde y recientemente Néstor Kirchner.



Para juzgar al peronismo, el inefable Jorge Luis Borges recordó alguna vez a Benedetto Croce quien refiriéndose al fascismo había dicho "No hay en Italia un solo fascista, todos se hacen los fascistas”.



Para efectuar la comparación, el autor de El Aleph recurría a la situación vivida por nuestro país en los tiempos del esplendoroso poder del peronismo, cuando era difícil encontrar alguien que abierta y francamente reconociera "Soy peronista". Es más, aquellos que se afiliaban al entonces Partido Peronista (denominación oficial de la organización política fundada por el coronel Perón y que aviesamente suele ocultarse) admitían haberlo hecho por conveniencia, por presiones o por miedo. Siempre la adscripción al “peronismo” tuvo un componente vergonzante, que sólo se admitía bajo presión o por determinado interés.



Abundan ejemplos de quienes se hacían los peronistas y que, luego de la caída del oprobioso régimen, no trepidaban en abjurar con facilidad de su adhesión al mismo, sencillamente, porque era una pose. La misma fruición con que se ocultaba la pertenencia a dicha colectividad en los años cincuenta, fue luego a la inversa para manifestarse peronista en los setenta (aunque de signos diversos: “revolucionarios”, “combativos”, “contemplativos”, “ortodoxos”, “heterodoxos”, porque según Perón “los muchachos se ponen aditamentos, pero todos trabajan…”).



Aún en el pasado reciente y en la actualidad existe un peronismo vergonzante que se expresa en los denominados “indecisos”, los que en los sondeos de opinión previos a las compulsas electorales se anotan en el rubro “no sabe/no contesta” para ocultar su embozada determinación de poner en el sobre la boleta peronista que lleva como candidato a Menem, a Kirchner o a su esposa.



En la tarde de ayer, a diferencia de las otrora esplendorosas celebraciones litúrgicas peronistas celebradas los 1° de mayo y los 17 de octubre que solían contar con profusión de propaganda, asuetos laborales que facilitaran la concurrencia o lisa y llanamente el traslado de partidarios en camiones, fue poco efectiva o casi reglamentaria la concurrencia, lo que puede haber despertado cierta en los organizadores y concurrentes respecto de la capacidad de movilización y convocatoria de antaño. Sí fue efectiva la movilización "espontánea" de funcionarios cuya continuidad en la nómina salarial oficial suele estar condicionada con su participación activa en estas concentraciones.



Las actuales manifestaciones de calor popular que suelen montar los responsables de ello en el elenco oficial no tienen nada de “espontáneo” sino todo lo contrario. Es fácil advertir la regimentación de las mismas, que incluso suelen tener los mismos protagonistas que, subidos a colectivos o micros, son trasladados de un sitio a otro en los que se desarrollan sendos “actos” a expresar su adhesión al candidato de turno a cambio de alguna exigua vianda, el fruto de la vid en caja de cartón y/o dinero en efectivo. Para ganárselo deben someterse a horas de tediosos viajes y esperas en estado de hacinamiento para por fin, cuando se les imparte la respectiva orden armar un jaleo que simule entusiasmo por alguien a quien ni conocen ni escuchan ni menos entienden.



No alcanza a explicarse porqué quien mereciera el mote de "primer trabajador" fue un nuevo rico que, dada su influencia sobre las masas pudo inculcarles un cambio de ideales, pero se limitó a emular de modo grotesco los rasgos menos respetables de la oligarquía que simulaba combatir: la ostentación, el lujo, la profusión iconográfica, el aprovechamiento del poder para obtención de beneficios. Quien con la exageración propia del guarango (Volviendo al lenguaje borgeano) inundó la geografía argentina -o permitió que sus sicarios lo hicieran- con imágenes suyas y de su segunda esposa, cuyos nombres fueron impuestos a provincias, ciudades, hospitales, entidades públicas, etc.



Si a ello se le suman cuestiones menos baladíes como la corrupción de menores, el peculado sistemático, la protección de criminales de guerra nazis, la aplicación de la picana eléctrica, el silenciamiento de la opinión libre, la incitación al crimen, la confiscación de bienes, la censura de prensa, el establecimiento del delito de opinión y un régimen de delación y sobornos, el incendio de edificios y templos históricos, difícilmente pueda identificarse a los años de la fiesta peronista con una autentica república democrática.



Más justa sería su inclusión en la profusa nómina de regímenes totalitarios y dictatoriales de corte demagógico y populista que asolaron al continente latinoamericano, retrasando su cultura, ahogando su progreso y consolidando de hecho el statu quo favorable a los grupos de privilegio y al imperialismo.



Sin embargo, la falta de auténtico sentido cívico de las masas, la impericia e ineptitud de la oposición antes aludida y la política de ineficaz y de transferencia de recursos por parte de gobiernos de diverso signo que lo sucedieron, alimentaron el mito de un Perón socialista, que había encabezado una auténtica revolución social que había quedado trunca por el accionar oligárquico-imperialista confabulado con la partidocracia liberal burguesa.



A algunos militantes verdaderamente de izquierda de los años cuarenta y cincuenta aún debe dolerles el culo por las patadas que recibieron de las bandas de la Alianza Libertadora Nacionalista o la policía brava de los comisarios Amoresano y Lombilla. Aquellos que no conocieron la verdadera esencia autoritaria y fascistoide del régimen peronista, lo creyeron precursor del maoísmo y del castrismo y - astutamente incitados desde el exilio por el militar que admiraba los regímenes totalitarios europeos de los años treinta - se lanzaron a la acción revolucionaria que debía coronarse con un regreso del desplazado al poder para concretar la ansiada Patria Socialista.



El embrollo tuvo epílogo infeliz. Aquél viejito a quien veían como el líder de la vía argentina al socialismo terminó avalando la construcción de un sistema represivo que permitiera eliminar físicamente a los elementos subversivos a quienes él mismo había impulsado a sublevarse. "La Argentina precisa un Somatén", dijo como al pasar poco antes de su retorno al país, convencido que sólo a través de la utilización de escuadrones de la muerte podía ponerse fin a la violencia terrorista de las organizaciones armadas irregulares a las que él había fomentado como "formaciones especiales". Apadrinó y bendijo a José López Rega y a los comisarios Almirón y Cardozo para que pusieran en marcha una estructura terrorista parapolicial que asesinó y atentó contra centenares de argentinos, sobre cuyas bases sus compañeros de las fuerzas armadas organizaron la represión del terrorismo de Estado.



La "juventud maravillosa" se convirtió de pronto en un conjunto de "estúpidos e imberbes" que ignoraban el verdadero valor de la patota sindical, la "columna vertebral" del movimiento justicialista que durante casi veinte años había luchado por el regreso del líder y la restauración de su régimen. Allí radicó el meollo del poder peronista: la organización sindical copiada de los regímenes corporativos, alimentada con los recursos económicos expropiados al conjunto de la sociedad para el servicio de atención sanitaria social que debería ser brindada por el Estado y que sirvió para el blanqueo y desvío de fondos millonarios con los cuales se enriquecieron los dirigentes sindicales y se armaron fabulosas estructuras imposibles de derribar sin producir un estallido social.



Muerto y dos veces enterrado, Perón nos ha dejado ese legado amorfo que nadie termina de entender a ciencia cierta pero que constituye la fuerza hegemónica de la Argentina. La que es capaz de convocar a la lucha armada para el socialismo y la reprime en defensa de los "valores occidentales y cristianos contra la subversión apátrida". La que puede puede privatizar y entregar recursos estratégicos del desarrollo nacional como la explotación de hidrocarburos y los ferrocarriles y crea empresas estatales de servicios públicos privatizados. La que aún canta la marchita "Los Muchachos Peronistas" que incluye el ridículo "combatiendo al capital" y paga la deuda con el Fondo Monetario Internacional.



Al fin y al cabo, eso es el peronismo, el Partido Justicialista que desde ayer preside oficialmente el ciudadano Néstor Carlos Kirchner: un aquelarre de grupos facciosos que luchan y se matan por estar cerca de un palco o por el dominio del territorio y de las prebendas que se obtienen por “posicionarse”, estar cerca de donde “se corta el bacalao” o de quien “tiene la manija”. Es el partido del poder. No es de izquierda ni de derecha. No tiene doctrina ni principios. Solamente cuenta la ocupación de los espacios, de poder o meramente físicos de cercanía con el poder.



Algo de eso se vió ayer. Un llamado a la conciliación en medio de una lluvia de piedrazos: peronismo en estado puro. Esa es la quintaesencia del informe movimiento que nació a la vida pública una tarde calurosa de octubre de 1945 y que todavía hoy, luego de constantes figuraciones y desfiguraciones a través de las décadas, sigue siendo la fuerza hegemónica argentina.


ADVERTENCIA:
Al desprevenido lector que pudo haber sentido herida su sensibilidad por el contenido de las líneas que anteceden, el autor ofrece sus excusas y aclara que esto no fue más que una dosis homeopática de antiperonismo sin contraindicaciones ni efectos colaterales.












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