DIEGO ALBERTO BAROVERO

Publicaciones

Notas recientes




A cien años del nacimiento de Homero Manzi

“Pero váyanlo sabiendo: ¡Soy hombre de Leandro Alem!”

Por Diego Barovero*



Las universidades se habían convertido en bastiones radicales que eran focos de rebeldía y resistencia luego de la caída del poder democrático en 1930. Los estudiantes tomaron el edificio de Las Heras y Azcuénaga resistiendo la intervención enviada por el dictador Uriburu. Hubo escenas de pugilato y hasta algún disparo de arma de fuego. Finalmente, fueron desalojados por la policía y, una vez fuera del edificio, hostigados por la montada que los esperaba. Ésta debió apartarse de la refriega cuando los estudiantes regaron municiones en el pavimento e imposibilitaron el accionar de sus caballos.



Pero a ese joven robusto llamado Homero lo tenían bien catalogado. Era el único que tenía permiso de portación de arma. Fuera del edificio de la Facultad, cuatro estudiantes lo arrinconaron, y lo estaban golpendo cuando otro compañero se fue a la carga contra ellos y con un cortaplumas lesionó a uno de los que lo golpeaban. Cuando los agresores vieron que las cosas se ponían tan complicadas, lo dejaron. Luego, acusaron a Homero Manzione de “lesiones” en la comisaría que, por lo cercana, supongo que era la N° 15. Le tocó pues padecer cárcel, perdió sus cátedras de Castellano y Literatura por orden de la dictadura y también su carrera universitaria de la que por sus condiciones intelectuales innatas podía considerarse que sería brillante.



Quizá esa sola anécdota bastara para trazar la semblaza política de ese Homero Nicolás Manzione, nacido el 1 de noviembre de 1907 en Añatuya, Santiago del Estero y que llegó de muy pequeño a esta ciudad junto a su familia y que un día trocó su apellido por Manzi convirtiéndose en uno de los mayores poetas que Buenos Aires hubiera conocido nunca.



Es harto conocida y ha sido profusamente recordada su obra cultural y artística, por lo que nos hemos propuesta hacer referencia exclusivamente a su condición de hombre político, quizá su faceta menos explorada de las múltiples que presenta su rica personalidad.



Su identificación con Yrigoyen y la causa de la U.C.R. la recibió por herencia familiar aunque de muy pequeño experimentó una natural admiración por el ilustre caudillo cuando llevado por la madre y vistiendo aún pantalones cortos presenció la apoteosis popular que rodeó la asunción de su primera presidencia. Sus propias palabras escritas años después así lo reflejan: “El 12 de octubre de 1916, llevado de la mano de mi madre, mis ojos de ocho años lo vieron, de pie sobre su coche, emergiendo del fondo de la multitud como si saliera, a la manera del Sol, de la línea del horizonte, avanzar como sobre las cabezas del pueblo y escuchar el griterío enronquecido de amor, sin un gesto, como si esas voces hubieran resonado eternamente en su soledad, para perderse de mi, dejándome en la retina, impresos con trazos indelebles, su aparición, su gesto y su figura. Mi candidez de niño lo vió allí tan grande como era; tan grande como nunca más alcanzó a verlo mi inteligencia de hombre”.



Ya era un poeta consumado en los años veinte, y por entonces alternaba la bohemia con la militancia partidaria en las filas yrigoyenistas. Formó su personalidad política en el comité de la sección 8° de la Capital (San Cristóbal) al lado del prestigioso dirigente Silvio Bonardi que llegaría a ser secretario de la presidencia de Yrigoyen en su segundo mandato. Cuando se acercaba la renovación presidencial por fenecimiento del período presidencial de Alvear, Manzi integraba un grupo de jóvenes denominado Comité Universitario Radical, que organizaba conferencias y actividades de corte antiimperialista y era cercano al viejo caudillo a quien visitaban con asiduidad en procura de su sabio consejo y picados por la curiosidad de saber porqué el anciano líder, que había sido sincero al declinar reiteradas veces la candidatura presidencial en 1916, ahora buscaba regresar a la primera magistratura. Contaban que les había dicho Yrigoyen: "Vuelvo por mi ley de petróleo", reflejando cuánto representaba para él y el movimiento popular el dominio de la estratégica renta petrolera. Alguno de los compañeros de Manzi inquirió no sin picardía a Yrigoyen acerca de la reforma agraria, a lo que el prócer respondió con igual astucia "entre el subsuelo y el suelo hay un poquito así", pegando las llemas de los dedos pulgar e índice de su diestra.



Derrocado el caudillo y en plena dictadura, Manzi continúa activando en plena reorganización del radicalismo, donde pujan por el dominio las vertientes yrigoyenista y alvearista. Él estaba claramente identificado con la primera junto a hombres de su generación como Arturo Jauretche, Luis Dellepiane, Arturo Frondizi y otros de su generación.



1933 fue un mal año para los radicales. El 3 de julio murió Yrigoyen. En los últimos dias del año, fracasó la revolución radical que condujeron los coroneles Roberto Bosch y Gregorio Pomar en el litoral. Hasta allí había ido su amigo Jauretche que terminó encerrado en una carcel correntina, como tantos otros de los derrotados por las fuerzas del Régimen que consiguieron eludir la muerte. Fue entonces que escribió su poema gauchesco “El Paso de los Libres”, exaltando la patriada y que le hizo llegar a Homero. Él convocó a otro joven y brillante intelectual Jorge Luis Borges, ferviente yrigoyenista, y juntos leyeron esos versos en una mesa del Café El Foro, tras lo cual el último escribió de puño y letra una misiva "Amigo Jauretche: me gustaría prologar su poema".



Es el mismo Homero quien en una mesa del mismo café garabatea una lista de hombres jóvenes en su mayoría a quienes habría de convocar a una aventura argentina que terminó llamándose FORJA, Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina, inspirados en la frase del indeleble Yrigoyen: "Todo taller de forja parece un mundo que se derrumba". De la lista original (Félix Ramírez García, Arturo Jauretche Oscar López Serrot, José Constantino Barro, Germán Pais, Ismael Segovia, Atilio García Mellid, Gabriel Del Mazo, Luis Dellepiane, Silvano Santander, José Peco, Jorge Walter Perkins, Carlos Menica, Martín Irigoyen, Manuel Belnicoff, Rodolfo Alvarez Prado, Camilo Stanchina, Ernesto Laclau y Jorge Luis Borges) , muchos no fueron de la partida. Por entonces era FORJA el reservorio de los mejores ideales y principios radicales y feroz denunciante del régimen de expoliación y entrega consagrado por los conservadores al servicio del imperialismo anglosajón.



En ese núcleo de pensamiento y acción se recibió Manzi de dirigente político. Fue orador de barricada en actos relámpago callejeros y conferencias realizadas en teatros, clubes y ateneos barriales. Ejercitó por entonces lo que había aprendido de la militancia partidaria y lo aplicó demostrando aptitudes de organizador y doctrinario de profundo sentido político. El poeta que vivía en él le dedicó a FORJA una milonga





Forjista que estás de guardia,

si te preguntan, contesta

que estás de guardia en la noche

esperando que amanezca…



Bajo la luz del crucero,

signo plateado de estrellas,

el sol del Inca y de Mayo

dora el afán de tu espera.



Está velando la noche

en que Argentina despierta;

mañana, cuando haya sol,

será libre nuestra América.



Mañana, cuando haya sol,

será libre nuestra América.



Forjista que estás de guardia,

si te preguntan, contesta

que estás de guardia en la noche

esperando que amanezca.



Bajo la luz del crucero

si alguno a caer acierta,

¡un laurel para su frente

y adelante los que quedan…!



Que se rompa y no se doble,

ésa es la voz de tu espera.

¡Qué lindo será mañana,

mañana cuando amanezca…!



¡Qué lindo será mañana,

mañana cuando amanezca…!



Alternaba por entonces el activismo y la poesía con el periodismo, ya que necesitaba vivir y sostener a su familia, aunque nunca abandonó la bohemia. Desencantado profundamente de la orientación del partido al que se sentía ligado espiritualmente renunció a la afiliación en 1937 dirigiendo una dura nota al Comité Nacional: “Desde que me inicié en la vida civica fui miembro de un movimiento argentino que se llamó Unión Cívica Radical. Desde 1931 estoy afiliado a los libros de un partido que preside el doctor Marcelo T. de Alvear. Como estas dos condiciones han llegado a ser incompatibles, ya que el partido está en pugna con todos los principios que inspiraron a la Unión Cívica Radical, cumplo con la obligación de resguardar mi modesto nombre solicitando al comité que usted preside se sirva resolver mi separación del libro de afiliados”.



Con el tiempo aparecieron disidencias, fundamentalmente entre las dos personalidades más fuertes del núcleo, Dellepiane y Jauretche, que eran además los más entrañables amigos de Homero. El retiro del primero implicó el paulatino disgregamiento del grupo hasta su definitiva disolución para sumar lo que de él quedaba al naciente peronismo. El desgarramiento afectivo por la división de sus amigos, alejó paulatinamente a Homero de la vida política.



Sin embargo, nunca dejó formalmente de pertenecer a la legión radical. Sus más grandes amigos provenían de la bohemia y la política y los afectos eran caros para él, por lo que conservó un vínculo humano y político con el radicalismo intransigente que le permitió aún en la campaña de 1946 y discrepando con la política unionista que había llevado al radicalismo a integrar la Unión Democrática participar de la actividad partidaria sobre todo junto a sus amigos yrigoyenistas de Flores, encabezados por Amancio González Zimermann y Elpidio González, aún después del triunfo electoral de Perón.



El propio Jaureteche que sostuvo siempre haber llegado al radicalismo de la mano de Manzi y reconocer en él a un profundo conocedor de la doctrina radical, llegó a decir no sin un dejo de rencor que "Homero nunca se atrevió a hacerse peronista". Acaso porque su espíritu rebelde no encajaba en el molde de adherente a un movimiento estructurado desde el Estado. Nunca fue afiliado al Partido Peronista. Aunque era pública su simpatía sobre todo por Eva Perón y reconocer en Perón al "reconductor de la obra inconclusa de Yrigoyen". Por ello aceptó acompañar a su amigo Jorge Farías Gómez a una entrevista con el presidente que le valió la expulsión del padrón de afiliados por parte del Comité de la Capital de la UCR, motivando una pieza retórica de brillante factura manziana que fue difundida por Radio Belgrano: “Tablas de sangre en el Radicalismo”.



En ella formuló un juicio histórico a las autoridades radicales que condujeron al partido de Yrigoyen a la componenda electoralista y acusándola de obstruccionismo a la obra de reforma social peronista. Al respeco, no obstante dijo "No tenemos porqué abdicar de nuestro radicalismo, ni porqué sumarnos al movimiento peronista…Quienes nos tildan de oficialistas se equivocan. Somos radicales revolucionarios".



La impiadosa enfermedad que se abatió sobre él, segó tempranamente su vida a los 43 años el 3 de mayo de 1951. Su amor e indentificación con Yrigoyen y su causa le permitió antes finalizar su film “El último payador” dedicado a José Bettinoti, en cuyo contenido estaba implícito el homenaje a los mejores recuerdos del radicalismo: Bettinoti, Gabino, la ley Sáenz Peña, el triunfo de Menchaca y Caballero en Santa Fe… dejó inconcluso un guión cinematográfico titulado “El Hombre”, dedicado a Hipólito Yrigoyen, ese hombre que lo cautivó de niño y orientó los principios de su corta y fructífera vida política.



*Abogado e historiador. Vicepresidente del Instituto Nacional Yrigoyeneano

0 comentarios :

Publicar un comentario