DIEGO ALBERTO BAROVERO

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Pichuco, Perette y mi padrino

por Diego Barovero

La conmemoración de los 100 años del natalicio de Aníbal Troilo "Pichuco", célebre musico, compositor y director de orquesta cuya obra y personalidad marcan un hito en la historia del tango, me trajo recuerdos de mi infancia viéndolo en presentaciones televisivas por entonces en blanco y negro o escuchando sus grabaciones en viejos discos de pasta de los sellos Odeon y RCA. En cualquier familia de tangueros se practicaba un culto a la figura del enigmático Gordo. Mi familia no era la excepción, pero por cierto fue mi padrino, Enrique José María  Vaccaneo - impenitente milonguero y hombre de la noche porteña - quien profesaba un auténtica adoración por Troilo, a quien conoció y vio actuar en vivo en numerosas ocasiones. 
Siempre me pregunté si Pichuco tuvo alguna inclinación política, algo que nunca pude develar. Intuí que tal vez su temprana amistad con Homero Manzi lo hubiera influido de alguna manera en la causa popular que con tanta pasión animó la corta vida del vate. Pero no encontré registro de ideas políticas en Troilo. Descuento que su sensibilidad, expresada singularmente con su fueye, lo acercaba a la gente sencilla del pueblo, aquella que se emocionaba con su música y su interpretación. No podía serle ajeno entonces cualquier injusticia o dolor humano. 
Pero hay un dato que queda alojado en un recóndito rincón de mi memoria de alguna charla lejana con mi padrino troileano que quizá sirva para conocer los entresijos de relaciones que unieron al Bandoneón Mayor de Buenos Aires con el mundo de la política, a partir del gusto por la noche y sus excesos. 
Me contó una anécdota acerca de una noche luego de una actuación de Troilo con su conjunto, a la que luego siguió la habitual farra de alcohol y otras licencias. Como de costumbre, Pichuco se pasó del límite y tuvo un entredicho en la calle con un vigilante al que le dio un sopapo por lo cual terminó yendo a dar con sus huesos al calabozo de la comisaría cercana. 
Mi padrino recordaba con certeza la claridad del mensaje del inefable Gordo al advertir su desgracia y pensar en su salvación. "¡Avísenle a Perette!". Y los amigos fueron nomás hasta el Hotel Savoy, que era su "residencia oficial", a buscarlo al vicepresidente de la Nación doctor Carlos Humberto Perette que, fraternal y solidario con Pichuco en las indelebles noches porteñas, hizo uso de su alta investidura al apersonarse en la Seccional policial y solicitar la inmediata libertad del músico.
Vaya el recuerdo como un homenaje a la pretérita noche porteña y sus duendes como Troilo, Perette y mi padrino Enrique.


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