DIEGO ALBERTO BAROVERO

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¿La fuerza de QUÉ cambio?
por Diego Barovero
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En el largo trajinar interurbano con destino a la diaria labor y abordo del mítico ex Ferrocarril del Oeste, pude apreciar en el límite de la ciudad y la provincia, a la vera del tendido vial un añoso y enmohecido paredón que ostentaba una pintada de brocha gorda con fines de propaganda electoral: "Lavaña (sic)- Storani: la fuerza del cambio", rezaba la leyenda.

Al principio me invadió cierta confusión, tanto por la peculiar ortografía consignada para referirse al ex ministro de Economía de los presidentes Duhalde y Kirchner, Roberto Lavagna - probablemente producto de una confusión con la pronunciación fonética del itálico apellido - como por el segundo apellido escrito en el aviso, referido sin dudas al ex ministro del Interior del presidente De la Rúa, Federico Storani.

A este último se sindicaba en los últimos tiempos a través de versiones periodísticas como aspirante a una candidatura a vicepresidente acompañando al ex ministro Lavagna en caso de prosperar la alianza entre éste y la UCR para los comicios de octubre próximo. La sorpresiva pintada venía a confirmar una información que hasta entonces tenía formato de "chivo" en algunos diarios. Pero además, la inclusión de un lema completando la hipotética y singular fórmula presidencial Roberto Lavagna-Federico Storani, le daba a esta última un tono casi oficial, una especie de "marca registrada", muy propio de las estrategia de creatividad y comunicación.

Lo cierto es que el "slogan" elegido, luego del inicial estupor produce cierta hilaridad si se analiza el contenido del mismo unido a las figuras que supuestamente encarnan la idea que promueve: "Lavagna-Storani: la fuerza del cambio".

Ciertamente resulta cuando menos difícil unir el concepto de "cambio" con dos personalidades demasiado ligadas al pasado, con mucha trayectoria -que nadie pone en dudas- pero lejos de significar alguna verdadera renovación.

Es harto conocido que Roberto Lavagna ya era funcionario en el Ministerio de Economía en el gobierno justialista de Isabel Perón. Con el retorno a la democracia en los años ochenta integró el equipo económico del ministro Juan Sourrouille desde la Secretaría de Industria y Comercio Exterior. Durante la gestión de la Alianza, fue embajador argentino (Artículo 5°, es decir embajador político del Presidente) ante la Comunidad Económica Europea y allí permaneció tras la caída del gobierno de De la Rúa durante las presidencias de Adolfo Rodríguez Sáa y Eduardo Duhalde hasta que éste lo convocó para que se hiciese cargo de la cartera de Hacienda, función que también desempeñó con el actual presidente hasta noviembre de 2005.

En cuanto a Federico Storani, quien también acredita una extensa carrera política, llegó al Congreso como diputado en 1983, siendo reelecto por varios períodos y llegando a presidir la bancada radical en la cámara baja (escasamente recordable, si se la compara con jefaturas de bancada como las de Balbín, Frondizi, Marini, Tróccoli y Jaroslavsky) y solamente dejando su escaño en muy pocas ocasiones: una de ellas para hacerse cargo del ministerio del Interior (con triste desempeño) en el primer tramo del gobierno de la Alianza, hasta marzo de 2001. En 2003 retornó a la Cámara de Diputados y actualmente integra en representación de ésta el Consejo de la Magistratura de la Nación.

Es fácil apreciar que dos personalidades como las mencionadas, que prácticamente hicieron del ejercicio de la función pública una profesión ininterrumpida, difícilmente puedan ser identificadas por la sociedad como portaestandartes de alguna especie de "cambio". Inclusive más, a quienes como ellos han desempeñando tan elevados cargos practicamente sin solución de continuidad desde el retorno de la democracia, es legítimo plantearles qué hicieron a lo largo de sus vastas trayectorias por generar el "cambio" que ahora pregonan para el futuro.

No se trata de postular el cambio o la renovación como valores en sí mismos, pero existe un legítimo reclamo social en ese sentido, que si sigue siendo desoído desde el poder y desde las fuerzas que están en el llano puede seguir alimentando el vaciamiento del sistema político y esterilizar la fuerza transformadora que necesariamente deben tener las instituciones de la democracia.

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