DIEGO ALBERTO BAROVERO

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Pasado mañana es San Perón


Por Diego Barovero


La proximidad de la efemérides que en la liturgia peronista se conoció como Día de la Lealtad vuelve a ser utilizada esta vez para insuflar algo de vida a la anodina campaña para las elecciones presidenciales del 28 de octubre por algunos de los candidatos que reconocen identificarse con el movimiento fundado por el único coronel ascendido a teniente general por ley del Congreso.
Produce algo de vergüenza ajena ver a personajes tan disímiles entre sí como Cristina de Kirchner, Roberto Lavagna, Alberto Rodríguez Saa pero tan parecidos al tratar de adueñarse de la fecha emblemática del peronismo con la intención de acercar algo de calor popular a sus respectivas campañas. Parecería que cierta dosis homeopática de “peronismo” es necesaria para revitalizarlas.
Los desopilantes y violentos episodios acaecidos hace un año atrás en ocasión del segundo entierro del ex presidente Juan Domingo Perón en el mausoleo de la quinta de San Vicente parece haberlos disuadido de la conveniencia de utilizar la fecha para convocar alguna movilización por temor a que se reiteren las refriegas entre facciones antagónicas que suelen ser características de estos encuentros masivos de “compañeros”.
Sigue siendo un misterio que quizá algún día puedan develar especialistas en cuestiones esotéricas porqué razón sigue latente el mito peronista, que en realidad parece más bien alimentado por la incapacidad de los opositores en construir una verdadera alternativa que pusiera fin a la hegemonía política desplegada desde hace sesenta y dos años.
Vale además tener en cuenta la eficaz acción propagandística desplegada por escritores, historiadores, politólogos y analistas para que varias generaciones argentinas, que por razones etáreas no debieron sobrellevar lo que para muchos fue la dictadura peronista, tengan ahora una imagen falsa de lo que fue la Argentina de aquellos tiempos de omnipotencia de la pareja que compusieron Juan y Eva Perón y que les permitió alimentar un mito que superó la propia desaparición física de ambos y que se prolongó en liderazgos tan contradictorios como los de Isabel Martínez, José López Rega, Carlos Saúl Menem, Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner.
Como alguna vez Benedetto Croce sostuvo que "No hay en Italia un solo fascista, todos se hacen los fascistas”, ello era aplicable a la situación vivida por nuestro país en aquellos tiempos del esplendoroso poder del peronismo. Obsérvese que por entonces era difícil encontrar alguien que abierta y francamente reconociera "Soy peronista". Es más, aquellos que se afiliaban al entonces Partido Peronista (denominación oficial de la organización política fundada por el coronel Perón y que aviesamente suele ocultarse) admitían haberlo hecho por conveniencia, por presiones o por miedo. Siempre la adscripción al “peronismo” tuvo un componente vergonzante, que sólo se admitía bajo presión o por determinado interés.
Abundan ejemplos de quienes se hacían los peronistas y que, luego de la caída del oprobioso régimen, no trepidaban en abjurar con facilidad de su adhesión al mismo, sencillamente, porque era una pose. La misma fruición con que se ocultaba la pertenencia a dicha colectividad en los años cincuenta, fue luego a la inversa para manifestarse peronista en los setenta (aunque de signos diversos: “revolucionarios”, “combativos”, “contemplativos”, “ortodoxos”, “heterodoxos”, porque según Perón “los muchachos se ponen aditamentos, pero todos trabajan…”).
Aún en el pasado reciente y en la actualidad existe un peronismo vergonzante que se expresa en los denominados “indecisos”, los que en los sondeos de opinión previos a las compulsas electorales se anotan en el rubro “no sabe/no contesta” para ocultar su embozada determinación de poner en el sobre la boleta peronista que lleva como candidato a Menem, a Kirchner o a su esposa.
Volviendo a la cuestión de las celebraciones litúrgicas típicas del peronismo, los primero de mayo y los diecisiete de octubre, solían contar con profusión de propaganda, asuetos laborales que facilitaran la concurrencia o lisa y llanamente el traslado de partidarios en camiones. No era común que hubiese convocatorias espontáneas, más bien todo lo contrario. Sin embargo, aún hoy y hasta en las mismas filas de los opositores al peronismo, se recuerda con cierta envidiosa nostalgia la "capacidad de movilización y convocatoria" de aquél sistema.
Hoy mismo, las manifestaciones de calor popular que suelen montar los candidatos que se reconocen peronistas para darle algo de vida a sus campañas, tampoco tienen nada de “espontáneo” sino todo lo contrario. Es fácil advertir la regimentación de las mismas, que incluso suelen tener los mismos protagonistas que, subidos a colectivos o micros, son trasladados de un sitio a otro en los que se desarrollan sendos “actos” a expresar su adhesión al candidato de turno a cambio de alguna exigua vianda, el fruto de la vid en caja de cartón y/o dinero en efectivo. Para ganárselo deben someterse a horas de tediosos viajes y esperas en estado de hacinamiento para por fin, cuando se les imparte la respectiva orden armar un jaleo que simule entusiasmo por alguien a quien ni conocen ni escuchan ni menos entienden.
No alcanza a explicarse porqué quien mereciera el mote de "primer trabajador" fue un nuevo rico que, dada su influencia sobre las masas pudo inculcarles un cambio de ideales, pero se limitó a emular de modo grotesco los rasgos menos respetables de la oligarquía que simulaba combatir: la ostentación, el lujo, la profusión iconográfica, el aprovechamiento del poder para obtención de beneficios. Quien con la exageración propia del guarango inundó la geografía argentina -o permitió que sus sicarios lo hicieran- con imágenes suyas y de su segunda esposa, cuyos nombres fueron impuestos a provincias, ciudades, hospitales, entidades públicas, etc.
Si a ello se le suman cuestiones menos baladíes como la corrupción de menores, el peculado sistemático, la protección de criminales de guerra nazis, la aplicación de la picana eléctrica, el silenciamiento de la opinión libre, la incitación al crimen, la confiscación de bienes, la censura de prensa, el establecimiento del delito de opinión y un régimen de delación y sobornos, el incendio de edificios y templos históricos, difícilmente pueda identificarse a los años de la fiesta peronista con una autentica república democrática.
Más justa sería su inclusión en la profusa nómina de regímenes totalitarios y dictatoriales de corte demagógico y populista que asolaron al continente latinoamericano, retrasando su cultura, ahogando su progreso y consolidando de hecho el statu quo favorable a los grupos de privilegio y al imperialismo.
Sin embargo, la falta de auténtico sentido cívico de las masas, la impericia e ineptitud de la oposición y la política de entrega por parte de los gobiernos de diverso signo que lo sucedieron, alimentaron el mito de un Perón socialista, que había encabezado una auténtica revolución social que había quedado trunca por el accionar oligárquico-imperialista confabulado con la partidocracia liberal burguesa.
Aquellos que no conocieron la verdadera esencia autoritaria y fascistoide del régimen peronista, lo creyeron precursor del maoísmo y del castrismo y - astutamente incitados desde el exilio por el militar que admiraba los regímenes totalitarios europeos de los años treinta - se lanzaron a la acción revolucionaria que debía coronarse con un regreso del desplazado al poder para concretar la ansiada Patria Socialista.
Lo que siguió es bien conocido. Aquél a quien veían como el líder de la vía argentina al socialismo terminó armando (aunque pretendan ocultarl o exculparlo) un mecanismo sistemático que permitiera eliminar físicamente a los elementos subversivos a quienes él mismo había impulsado a sublevarse. "La Argentina precisa un Somatén", dijo alguna vez al pasar poco antes de su retorno al país, convencido que sólo a través de la utilización de escuadrones de la muerte podía ponerse fin a la violencia terrorista de las organizaciones armadas irregulares a las que él había fomentado como "formaciones especiales". Apadrinó a José López Rega y a los comisarios Almirón y Cardozo para que pusieran en marcha una estructura terrorista parapolicial que asesinó y atentó contra centenares de argentinos, sobre cuyas bases sus compañeros de las fuerzas armadas organizaron la represión del terrorismo de Estado.
La "juventud maravillosa" se convirtió de pronto en un conjunto de "estúpidos e imberbes" que ignoraban el verdadero valor de la patota sindical, la "columna vertebral" del movimiento justicialista que durante casi veinte años había luchado por el regreso del líder y la restauración de su régimen. Allí radicó el meollo del poder peronista: la organización sindical copiada de los regímenes corporativos, alimentada con los recursos económicos expropiados al conjunto de la sociedad para el servicio de atención sanitaria social que debería ser brindada por el Estado y que sirvió para el blanqueo y desvío de fondos millonarios con los cuales se enriquecieron los dirigentes sindicales y se armaron fabulosas estructuras imposibles de derribar sin producir un estallido social.
Muerto y dos veces enterrado, Perón nos ha dejado ese legado que hoy con presunta candidez pretenden revivir algunos de los que aspiran a obtener el llamado “voto peronista” y por lo cual disputan símbolos, sellos, insignias y efigies en los tribunales; visitan el mausoleo que guarda sus restos para llevar ostentosas ofrendas florales; emiten pomposas declaraciones y entonan (o desentonan) la famosa marcha "Los Muchachos Peronistas" repitiendo con estulticia el ridículo y vetusto verso "combatiendo al capital", pero se horrorizan ante la posibilidad de convocar algún tipo de movilización popular por temor a la reiteración de una batalla campal que acabe con muertos y heridos. Al fin y al cabo, eso es el peronismo: un aquelarre de grupos facciosos que luchan y se matan por estar cerca de un palco o por el dominio del territorio y de las prebendas que se obtienen por “posicionarse”, estar cerca de donde “se corta el bacalao” o de quien “tiene la manija”. Es el partido del poder. No es de izquierda ni de derecha. No tiene doctrina ni principios. Solamente cuenta la ocupación de los espacios, de poder o meramente físicos de cercanía con el poder.
Esa es la quintaesencia del informe movimiento que nació a la vida pública una tarde calurosa de un 17 de octubre de 1945 y que todavía hoy, luego de constantes figuraciones y desfiguraciones a través de las décadas, sigue siendo la fuerza hegemónica argentina.

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