¿La Vida por Perón?
La otra cara de los bombardeos del 16 de junio de 1955
por Diego Barovero
En un nuevo aniversario del fallido golpe de Estado del 16 de junio de 1955 destinado a derrocar y a asesinar al entonces presidente de la Nación Gral. Juan Domingo Perón vuelve a resonar la polémica en torno al supuesto bombardeo sobre la población civil en Plaza de Mayo por parte de la aviación naval.
Mucho se ha dicho y escrito ya respecto del hecho y sus luctuosas consecuencias en términos de pérdida de vidas humanas.
Conviene tal vez tener en cuenta las condiciones objetivas en que se desarrollaron los acontecimientos aquél día.
Juan Perón ocupaba la presidencia de la República desde hacía algo más de 9 años. Había sido reelecto - reforma constitucional cesarista mediante - a fines de 1951. Desde el poder había construído un movimiento político estructurado en base al importante aporte de los sindicatos de trabajadores organizados y prácticamente había barrido a la oposición política y social mediante fuertes restricciones a la libertad de expresión y el uso del aparato de medios de comunicación en manos del Estado, la distribución del papel (que afectaba a los diarios opositores) e inclusive mediante modificaciones al sistema electoral para reducir aún más la representación legislativa de las minorías.
Félix Luna afirma que en 1953 Perón había "triunfado en toda la línea" y la "comunidad organizada" se encontraba en su punto de máximo esplendor. Pero fue precisamente en esa instancia que el régimen comenzó a dar muestras evidentes de agotamiento y descomposición. La escalada de violencia verbal a que era afecto el presidente con frases del estilo "hay que romperles botellas en la cabeza", "levantaremos horcas en todo el país para colgar a los contreras", "hay que volver a llevar el alambre de enfardar en el bolsillo" y "eso de leña que me piden, ¿porqué no empiezan por darla ustedes?", fue derivando en acciones directas que se cristalizaron en el saque e incendio de las sedes de la UCR, el Partido Socialista y el Partido Demócrata, así como el Jockey Club y la confitería Petit Café.
Algunos atribuyen una importante influencia en la caída a la desaparición de la segunda esposa de Perón, María Eva Duarte, que falleció consumida por un cáncer en julio de 1952. Dicha circunstancia produjo un vacío fundamental en el esquema de poder peronista que había construído toda una liturgia respecto de la "Abanderada de los Humildes" y "Jefa Espiritual de la Nación" que desbalanceó notoriamente la situación dejando al caudillo como único e indiscutido referente de un sistema que se tornó absolutamente y excluyentemente personalista. Ese vacío también evidenció otras falencias de índole moral que minaron silenciosa pero sensiblemente la imagen de Perón: concretamente el "Affaire Nelly Rivas"; la adolescente militante de la Unión de Estudiantes Secundarios con la que el presidente vivió amancebado en la mismísima residencia en la que conviviera con la desaparecida cónyuge.
No obstante, el mayor deterioro del régimen peronista encontró fundamento en el agotamiento del modelo económico distribucionista sobre el cual había cabalgado toda la primera administración peronista. La fiesta se había terminado por el deterioro de los términos del intercambio comercial y porque la "tercera guerra mundial" predicha por el propio presidente en ejercio ilegal de las facultades de vidente futurista, no se produjo. Comenzó la escasez de productos de primera necesidad y se hicieron tristemente populares las llamadas "colas" para adquirir las pocas existencias de pan (negro), papa, querosén, etc. que circulaban en el mercado interno, con el consecuente incremento del descontento social.
El conflicto con la Iglesia Católica, atizado insensatamente por algunos personajes del entorno presidencial de dudosa calaña como los ministros Armando Méndez San Martín y Román Subiza, trajo al centro del escenario nacional un conflicto impensado e inclusive inútil. El peronismo era deudor de la Iglesia que había ejercido su ascendiente espiritual sobre una importante porción de la sociedad para recomendar el voto por el coronel y sus candidatos en 1946 en contra de la coalición Unión Democrática que integraban expresiones "extremistas y ateas" como el Partido Socialista y el Partido Comunista.
La relación Iglesia-Estado durante la hegemonía peronista se desarrolló en un clima de armonía y cooperación mutua. Pero todo régimen que aspira a ser totalizador difícilmente tolere la existencia de ámbitos que no pueda controlar. Y la Iglesia Católica, con una sabiduría aquilatada a lo largo de casi veinte siglos, no era un instrumento en manos del peronismo nì tampoco pensaba serlo, y por eso supo asimilar sigilosamente y dar cobijo en su seno a perseguidos del oficialismo y bendijo la creación del Partido Demócrata Cristiano - a semejanza de la corriente política que presidía la exitosa reconstrucción de Alemania e Italia en la posguerra - lo que terminó de resquebrajar el equilibrio de su relación con el estado peronista.
La respuesta oficial fue propiciar la sanción de la ley de divorcio e incluso comenzó el tratamiento de un proyecto de declaración de la necesidad de la reforma de la Constitución Nacional para separar la Iglesia del Estado. También comenzó la persecución de los "malos curas" acusados de opositores al peronismo y hubo deportaciones de algunos prelados como Monseñor Tato y Monseñor Novoa, por supuestas actividades conspirativas. Ello le granjeó a Perón la antipatía de los sectores nacionalistas de raigambre católica de las Fuerzas Armadas y comenzó a socavar los cimientos del régimen.
El clímax del enfrentamiento se produjo precisamente en junio de 1955 cuando la tradicional misa y procesión de la solemne festividad de Corpus Christidel día 11 se transformó en una auténtica manifestación opositora al peronismo, ya que los actos político partidarios no peronistas estaban prohibidos y el país se encontraba bajo una nueva figura de emergencia denominada "Estado de Guerra Interno" que reemplazó al constitucional "Estado de sitio". Opositores de todo pelaje (radicales, socialistas, comunistas) se sumaron a las multitudes católicas que al grito de "Viva Cristo Rey" atravesaron la Avenida de Mayo desde la Plaza de Mayo para finalizar en la Plaza de los Dos Congresos, desconcentrándose allí. Hubo luego alguna refriega de grupos minoritarios con efectivos policiales e incluso con alguna patota de la filonazi Alianza Libertadora Nacionalista. Pero en general, fue una demostración pacífica de descontento.
Pero una estúpida patraña orquestada por el ministro del Interior Angel Borlenghi y la policía del régimen denunció que las "hordas clericales" habían quemado una bandera argentina para izar en uno de los mástiles del Congreso la enseña del Estado Vaticano. Investigaciones posteriores demostraron que la enseña patria había sido quemada en la comisaría seccional de la zona por personal policial, por indicación de las autoridades para luego endilgarle el delito de lesa patria a los manifestantes cristianos.
En los días sucesivos, hubo ataques aislados de las patotas peronistas en distintos templos católicos, siendo el más recordado el intento de copamiento y destrucción de la Catedral Metropolitana por parte de una fuerza de choque de la Alianza Libertadora Nacionalista, de inspiración filonazi y fuertes vínculos con el gobierno, que conducían Juan Queraltó y Guillermo Patricio Kelly. Una pueblada organizada desde la Acción Católica Argentina impidió la consumación del sacrilegio, pero terminó con los defensores en la cárcel mientras los agresores se iban tranquilos a sus casas.
La conspiración civil y militar que se venía tejiendo en las sombras encontraba fundamento y motivación en todas estas circunstancias apuntadas. El clima de opresión interna, el ahogo de toda posibilidad de manifestación de ideas diversas a la oficial, la persecución y el acoso a la libertad religioso, fueron cultivando el espíritu revolucionario que propendería al derrocamiento del líder y su régimen.
Pasado el mediodía del 16 de junio de 1955 una escuadra de aviones Gloster Meteor de la Aviación Naval atravesaba el firmamento porteño con destino a la Casa Rosada con el propósito de bombardearla y asesinar a Perón para instaurar un gobierno revolucionario provisional que liquidara el régimen totalitario y en un tiempo prudencial convocara a elecciones libres sin candidatos oficiales como en 1946. Importantes dirigentes de la oposición civil como Américo Ghioldi por el socialismo, Miguel Angel Zavala Ortiz por el radicalismo, Adolfo Vicchi por los conservadores y Mario Amadeo y Luis María de Pablo Pardo por los nacionalistas estaban implicados en el golpe e integrarían la junta de gobierno provisorio.
Los servicios de inteligencia oficiales contaban con información respecto de los movimientos de los elementos conspiradores y sabían que aquella tarde se preparaba algo contra el gobierno. El espionaje y la delación eran característicos del sistema de control peronista y se habían exacerbado luego de la fallida conspiración de 1951 encabezada por el histórico golpista Gral. Benjamín Menéndez. Los informes con que contaba la administración de Perón eran confiables y éste - de cuya valentía y coraje personal no existe prueba ni constancia documental u oral alguna - se refugió tempranamente en el edificio que entonces ocupaba el Ministerio de Guerra (a cargo de un General leal como Franklin Lucero) y que hoy alberga al Ministerio de Defensa y al Estado Mayor del Ejército.
La operación golpista fue a todas luces improvisada y alocada como reconocen incluso algunos de sus protagonistas. El famoso "bombardeo de Plaza de Mayo" fue la consecuencia no deseada de una operación mal programada y peor ejecutada. El objetivo era la sede del gobierno, donde el presidente debía morir asediado por el ataque de las fuerzas rebeldes que convergerían desde el Ministerio de Marina (Actual sede de la Prefectura Naval Argentina Edificio "Guardacostas") y fuerzas militares de tierra (que finalmente no se sumaron), apoyadas por la aviación naval. Procuraban semejar el ataque de las fuerzas aliadas al búnker berlinés que alojó a Adolf Hitler y su corte en los últimos días del III Reich.
En el Ministerio de Marina los Contralmirantes Samuel Toranzo Calderón y Benjamín Gargiulo condujeron la ofensiva. A ellos se sumó en las primeras horas el propio ministro Contralte. Aníbal OIivieri, quien al no controlar las fuerzas que comandaba resolvió plegarse al movimiento. Pero al conocerse la conspiración, quedaron sitiados por fuerzas leales y luego por elementos de avería reclutados por las fuerzas de choque del régimen.
Faltos de coordinación y apoyo logístico, los aviadores conjurados desplegaron su plan tal lo acordado y arrojaron bombas y fuego de metralla que impactaron en Casa de Gobierno y alrededores, con la consiguiente propagación del terror entre la población civil que desarrollaba normalmente sus tareas habituales en la zona. Cabe preguntarse aquí si las muertes producidas entre la civilidad son imputables exclusivamente al accionar de los elementos conspiradores que desplegaron el ataque o si también le cabe alguna cuota de responsabilidad al gobierno que conocía los planes subversivos y pudiendo aislarlos o someterlos tempranamente los dejó seguir adelante con su proyecto delirante, de modo de tener la excusa para desatar una represión más violenta que el ataque que había soportado.
Otro elemento determinante en la cantidad de bajas civiles producidas en la jornada fue la irresponsable orden impartida desde la CGT conducida por Hugo Di Pietro que convocó a los trabajadores peronistas a defender a su líder en la plaza con algún armamento de fuego y palos en el preciso instante en que los aviones descargaban sus municiones.
Con el correr de las horas fue evidente, pese a la dantesca imagen que ofrecían la Plaza de Mayo y sus alrededores, que el "putsch" había fracasado. Los principales conspiradores se encontraban aislados en el Ministerio de Marina cercado por fuerzas militares y de seguridad leales así como por las patotas sindicales y los aviadores marinos y civiles -enterados del fracaso de la revolución - desviaron con rumbo al Uruguay en busca de asilo. Hubo un último gesto de heroico dramatismo en la jornada revolucionaria cuando el Contralte. Gargiulo se descerrajó un disparo para evitar el oprobio del consejo de guerra y la segura degradación que le esperaba.
A las seis de la tarde, Perón se dirigió a la población por radio anunciando el final de la conspiración y que la situación era controlada por el gobierno y las fuerzas leales y que reinaba la paz y la tranquilidad nuevamente en el país.
Pero faltaba todavía un acto de la tragedia y se concretó al caer la noche de aquel fatídico 16 de junio. Distintos templos históricos porteños, todos ellos vinculados fuertemente a la mejor tradición patriótica argentina, como que guardaban los trofeos de la Reconquista tras las invasiones inglesas y de las guerras de la independencia, fueron atacados sincronizadamente por la turba que hirió y mató a algunos sacerdotes y feligreses que pretendieron defenderlos en vano y se entregaron a una orgía piromaniática que dió lamentable cuenta de innumerables tesoros religiosos y preciados objetos del patrimonio cultural e histórico porteño que fueron usados para alimentar las inmensas hogueras que alumbraron terroríficamente esa noche aciaga.
La escena era observada pasivamente por las fuerzas policiales, que al decir de los testigos de la época, más parecía custodiar la seguridad de los atacantes que la de las víctimas. Asimismo, cuando desde las casas linderas a los templos, los vecinos presas del pánico por la probable propagación del fuego reclamaban la urgente concurrencia de los bomberos éstos respondían sin hesitar que no podían hacerlo pues aguardaban "directivas de las autoridades y la superioridad".
La noche en que ardió Buenos Aires y sus iglesias históricas como San Ignacio, San Francisco, San Roque, Santo Domingo, San Miguel Arcángel, San Juan El Precursor, San Nicolás de Bari, La Piedad y la Curia Metropolitana por desidia o incentivo oficial se consumó uno de los más atroces delitos contra la historia y la cultura argentina. El peronismo derramó lágrimas de cocodrilo por el latrocinio y desplegó por esos días una pesquisa amañada que terminó endilgándole la responsabilidad a una supuesta "logia masónica antiperonista" que tenía el propósito de desprestigiar al gobierno y al Presidente.
Luego de aquel día luctuoso, pareció abrirse una instancia de tolerancia y respeto a la oposición, tendiente a aquietar los ánimos. El presidente proclamó finalizada y triunfante la etapa revolucionaria del peronismo y que ahora gobernaría "para todos los argentinos". Era evidente que Perón había palpado la debilidad que aquejaba a su gobierno, jaqueado por instituciones que otrora le eran férreamente leales como las FFAA y la Iglesia, amén de la oposición política. No obstante, pasadas las primeras semanas de la política de pacificación que pareció impulsar el presidente, el proceso retomó el rumbo de decadencia anterior que tiene su ícono en el famoso discurso del "cinco por uno".
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