Osvaldo Alvarez Guerrero
Se fue "El Flaco"
por Diego Barovero
Cuando fallece un miembro destacado de la colonia artística, éstos suelen evitar la mención fúnebre y prefieren la metáfora "Se fue de gira".
A mi todavía me cuesta creer que Osvaldo "El Flaco" Avarez Guerrero haya muerto. No puedo salir de mi congoja y consternación por una pérdida tan repentina, tan inesperada, tan dura para quienes tuvimos el honor de compartir su amistad política y personal.
Sin embargo y a pesar de esta sincera amistad que nos unió, fundamentalmente en los últimos años, nunca pude decirle "El Flaco". Salvo alguna vez que me refería a él ante terceros, para mi siempre fue Osvaldo; quizá como un tácito reconocimiento a su mayorazgo y su condición de referente y no de par. Pero pertenezco a otra generación, por razones etáreas no pude compartir con él los avatares de la militancia en los años duros y difíciles en los que fraguó su hermandad con otros exponentes brillantes del radicalismo entre quienes siempre fue y será "El Flaco".
Lo conocí a mediados de los ochenta, cuando yo era un joven militante radical y él ya era una referencia política insoslayable de la UCR a nivel nacional. Y me fue fácil identificarme con él, que reunía las condiciones naturales de líder de rebeldías juveniles. Sin embargo el trato afable y cotidiano que me dispensó siempre me permitió asumir el "tuteo" y ya en los últimos tiempos fue fraguándose esta sincera amistad al acompañarlo en la quijotesca aventura de su precandidatura presidencial en 2003 (que hubiera salvado a la UCR de la catástrofe) y al compartir la investigación, el estudio y la difusión del ideario yrigoyenista desde el Instituto Nacional Yrigoyeneano, al cual prestigió con su labor.
Cuando velábamos sus restos mortales en la sede de la UCR en la calle Alsina al 1700, pude comprobar una vez más cuán querido y respetado por todos era "El Flaco". Porque en torno al féretro y cerca de su esposa Graciela y de sus hijos Mariana, Juan Pablo y Gonzalo y de sus muchos, muchísimos amigos convocados allí casi mágicamente por el sentimiento común de respeto, afecto y admiración por este hombre tan singular, había también muchos que no eran amigos y que en algunos casos habían sido sus adversarios hasta hace poco, al menos en el terreno interno del radicalismo. Pero estaban allí rindiéndole su postrer homenaje.
Porque pareciera que en los ultimos tiempos el radicalismo lo hubiera gambeteado al "Flaco". No es del caso señalar por harto conocidos los muchísimos méritos políticos y partidarios que jalonaron la carrera de honores de Alvarez Guerrero. Es sabido de su temprana vocación radical y su radicación en Bariloche, su condición de fundador del Movimiento de Renovación y Cambio, su desempeño como abogado y referente de los sectores más progresistas de Río Negro frente al autoritarismo violento de ambos signos, su valiente y fructífera actuación como diputado nacional en dos períodos (1973/76 y 1987/91), su ejemplar desempeño como gobernador provincial entre 1983 y 1987 en la primavera de la recuperación democrática, su conducta rectora y guiada por principios cuando debió presidir la Convención Nacional de la UCR y cuando debió dejar ese cargo por disentir, lealmente, con las posiciones adoptadas oficialmente por el partido.
Otro Osvaldo, Soriano, el inolvidable "Gordo" amante de los gatos escribió alguna vez que cada vez que el radicalismo desvió su camino, la República entró en tinieblas. Valga ello para remarcar que cada vez que el partido se desbarrancaba y con él el destino de la República, Osvaldo Alvarez Guerrero estaba cerca para hacer su inteligente y audaz aporte militante e ideológico de modo de reencauzarlo en la senda de sus fundadores para cumplir su misión histórica.
Y no obstante el radicalismo lo esquivaba, como si le temiera, como si lo acomplejara tener que darle la razón al "Flaco" porque sus cuestionamientos y críticas habían sido acertados y sus pronósticos aciagos se habían cumplido.
Alvarez Guerrero unía a su condición de dirigente político y estadista, la de intelectual de vasta cultura, de avezado analista y observador de la realidad argentina y mundial y la de teórico profundo. No es común en estos tiempos de travestismo político que se privilegien las convicciones basadas en principios doctrinarios y la coherencia de la conducta con el pensamiento. Sin embargo "El Flaco" podía congeniar esas condiciones y seguir siendo quien era. Seguir caminando tranquilo por la calle con ese aire cansino, de político radical de pueblo, tomarse un café con los amigos para despuntar el vicio del chisme político y a la vez dar cátedra en universidades y colegios de altos estudios de Francia.
Con su aire romántico de intelectual y su estilo desaliñado en el vestir, tenía una inteligencia proverbial y una calidez humana pocas veces vista. Resumía en su persona las características del arquetipo radical, no hay dudas.
Y el radicalismo lo esquivó todo este tiempo, inexplicablemente, sobre todo en los años de la mayor crisis, cuando "El Flaco" estaba ahí al alcance de la mano, para tomar su sapiencia y honradez intelectual, su capacidad y su experiencia de hombre de gobierno y ponerla al servicio -otra vez más- del partido al que había consagrado su vida y que lo exaltó a importantes representaciones públicas y cargos partidarios. Pero no pudo ser, vaya a saberse por qué azar del destino.
Quedaron sus notas de opinión para el diario Río Negro y la revista Ciudadanos, sus Informes de Coyuntura preparados para la Fundación Arturo Illia, sus libros que son un compendio de la mejor doctrina radical de los últimos 25 años, sus conferencias en el Instituto Yrigoyeneano y en los comités radicales de los más remotos pueblos de la república, como un testimonio de su compromiso y su fe en el verbo radical conjugado cada segundo de su vida.
Tal vez ahora será más reconocida su contribución al radicalismo y a la República que mientras vivió entre nosotros.
Tengo para mi, volviendo al pensamiento que inicia esta nota, que "El Flaco" no ha muerto. Que fiel a su condición de intelectual inconformista sigue trasegando caminos en el más allá. A su modo, él también salió de gira, de gira proselitista para seguir difundiendo y promoviendo el ideal radical que animó su vida en este mundo hasta el último hálito.
Comparto plenamente el contenido de este artículo sobre Osvaldo. De las siempre gratas charlas con él compartidas recuerdo la calidez, el tono intimista que generaba sobre todo cuando nos hablaba de Arturo Illia y también aquéllo que sostenía para quien se preciara de ser un buen dirigente que era un requerimento básico ser un buen tipo, entendiendo que con la partida del Flaco el radicalismo pierde no solo a un sólido intelectual, a un excelente dirigente, y fundamentalmente a un buen tipo .
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