DIEGO ALBERTO BAROVERO

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"La mujer del látigo"
Por Diego Barovero

Comienzan a aparecer señales en el escenario oficial que dan cuenta de una suerte de "retorno a las fuentes". Es un retorno a las formas más típicas y primitivas del peronismo en su versión original, esto es, desprovisto de aquella pátina casi de leyenda que recogía la tradición de la resistencia peronista. La misma que derivaría en una visión casi lírica del movimiento que -fundado por un coronel simpatizante de los regímenes totalitarios europeos de las décadas de los años '30 y '40 y con el desembozado apoyo de las fuerzas armadas- diera fundamento a la "Tendencia", al peronismo revolucionario, a las "formaciones especiales" reclutadas de entre la "juventud maravillosa", aquella que llevaría a la Argentina a un destino socialista.
Esa visión del peronismo ha sido revindicada en los últimos tres años casi a diario y con formato propio del "Billiken" por el entonces joven militante que confesara haber asistido emocionado a la Plaza de Mayo en ocasión de la asunción del presidente Héctor J. Cámpora aquel 25 de mayo de 1973 y que hoy ocupa la primera magistratura de la Nación.
Pero también como aquella figuración peronista, tan efìmera que cincuenta días alcanzaron para comprender que la masacre entre ambos bandos prologaba la mayor tragedia argentina, esta nueva versión light del peronismo, pluralista, integrador, concertador, socialdemocratizante, es también una suerte de espejismo que termina por evanescerse para dejar traslucir la esencia autoritaria, intolerante, abritraria y dominante que caracterizó históricamente a la fuerza política heredera del "putsch" derechista del 4 de junio de 1943 obra de la logia militar pronazi Grupo de Oficiales Unidos (GOU).
Aunque el supuesto heredero de la tradición del "peronismo de izquierda" (sic) declame su cotidiana letanía los hechos hablan por sí sólos. A fin de cuentas, el propio fundador del movimiento -coronel ascendido a teniente general por ley del Congreso- entre sus máximas políticas dejó una -plagiada a un ilustre pensador clásico-que es fiel reflejo de la situación: "La única verdad es la realidad".
La realidad es la pretensa suma del poder público propugnada a través de sendos proyectos oficiales que van desgranándose en el órgano legislativo, convertido en mera escribanía de las intenciones del poder administrador: reforma del Consejo de la Magistratura, reglamentación de los decretos de necesidad y urgencia, delegación legislativa (Superpoderes) para reasignación de partidas del Presupuesto Nacional. Y seguramente, con el paso de los días, las semanas y los meses vendrán por la reglamentación del derecho de opinión...
La principal espada a la hora de la defensa pública de las iniciativas oficiales es nada menos que la senadora consorte, según los comentaristas políticos más informados, casi segura candidata la presidencia en 2007 por el aquelarre kirchnerista.
En su esgrima parlamentaria ha blandido mandobles verbales a diestra y siniestra contra la escueta y moderada oposición legislativa, cometiendo gruesos errores que desnudan, cuando menos, una indigencia cultural apabullante. Eso sí, plena de vehemencia y fatuidad.
Para quien haya tenido oportunidad de observar su desempeño en la ultima sesión de la cámara alta a través de la señal Senado TV (Al que tal vez acaben por censurar ya que deja al descubierto la escasez de ideas que aqueja a los "padres de la Patria") tal vez haya podido constatar un paralelismo de la actual primera dama con uno de los más procaces discursos de la última esposa del renunciante pasajero de la cañonera paraguaya que ocupó la presidencia de la República entre el 1º de julio de 1974 y el 24 de marzo de 1976. Aquél en el que, jaqueada por la crisis económica y el conflicto social y aquejada física y psíquicamente pretendió ofrecer una imagen de autoridad, proclamando el indeleble: "¡No me obliguen a convertirme en la mujer del látigo!".
Al despropósito de la ex bailarina, el experimentado político radical Ricardo Balbín casi al filo del drama, respondió con su proverbial sabiduría y simpleza: "No hay que andar con látigos, hay que andar con sentidos morales de la vida".
Convendría refrescarle a la senadora y, según los expertos, casi segura aspirante a sucesora de su cónyuge en su alta investidura, que no hay látigo capaz de someter a la dignidad de la República.

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