DIEGO ALBERTO BAROVERO

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A la distancia, el recuerdo de Javier Calvo de aquel 30 de octubre de 1983

Javier Calvo es uno de esos personajes a los que extrañás con facilidad. No somos amigos íntimos, o hemos compartido juergas ni tenidas nocturnas, no conocemos nuestras respectivas familias y tan sólo compartimos algunos avatares laborales circunstanciales.
Pero la asiduidad del trato nos llevó a descubrir más de un ideal en común como ciudadanos, como argentinos, como radicales y eso nos identificó en un momento particularmente grave de la Argentina.
Para colmo, cuando empezábamos a hacernos amigos, decidió exiliarse voluntariamente en España y nuestro vínculo se fue haciendo más laxo, únicamente sostenido por algunos esporádicos intercambios epistolares cibernéticos.
Por estos días del revivir de sueños comunes de aquella maravillosa primavera democrática de 1983 hemos estado más en comunicación que lo habitual y me ha remitido las líneas que siguen, que publico porque me parecen dignas de compartir porque exhudan sentimientos y sensaciones que son comunes a muchos de mi generación que venimos tributando nuestro reconocido agradecimiento al insigne demócrata que cambió la historia argentina del siglo XX cuando todo parecía perdido.
Va entonces el texto del último mail de mi distante amigo Javier Calvo.


Las Bodas de Plata de la Democracia

"Corrían los últimos instantes de 1982... Año de perplejidades y decepciones lacerantes, pero con la movilización en el alma... Todavía no había fecha de elecciones, Bignone, último cuarto hombre de un triunvirato militar de un sólo Cristino, brindaba ante TV con un arbolito y unos familiares de similares caras, intentando extender una transición que todos exigían que acorte. Recuerdo que aún sonaba la propuesta de Alfonsín de entronizar al Gran Arturo Illia para encabezar una transición civil y pluripartidaria. Cargándole nafta al coche de un amigo, saludo al playero y le digo: "Feliz Último Año Nuevo con dictadura". Mi amigo me advirtió la dificultad de mi pronóstico, al que le agregué: "Y eso que no le agregué que el próximo brindis navideño por TV lo hará Alfonsín". La risa de mis amigos inundó el Fiat 125, considerándome un iluso perdido. Un año después sólo uno me reconoció el doble acierto. Y no era un acierto. En aquellos días Alfonsín encarnaba la ilusión de una generación que quería el cambio en paz, progresistas de café con leche que habíamos comprado todas y cada una de las propuestas del chascomusense. Su derrotero se había iniciado a las pocas horas de iniciada la actividad política, del que fui testigo junto a otras ilusionadas cinco mil almas que desbordamos la Federación de Box, donde inició su "rezo laico", que empequeñecimos la cancha de Ferro, cuando un insípido candidato a senador, inauguró la frase "un médico por ahí", y que luego inmortalizara el abogado pisciano y sus sapaguianos imitadores, que le disputamos la calle a las huestes fascistas del "peornismo" en un Obelisco pletórico. Las urnas, hace hoy veinticinco años, dieron la razón a los que pulsábamos la calle en detrimento de los encuestólogos, primero de su serie interminable de fracasos propios de horoscoperos. Y el tsunami democratizador desbarató los pactos preexistentes, cayó la ley de autoamnistía, nueve comandantes en jefe pasaron su primera navidad "encanados", aunque se discuta cómo se gestionó luego el tema o cómo eran las condiciones de detención y yo pasé mi primer fin de año conscientemente libre, aunque sería el último, ya que me casé seis días después, pero esa es otra historia... Te agradezco infinitamente que me recuerdes esos días, tu artículo me nutrió de nuevas palabrejas (ucronía: ciencia del quehubierasidosi y disciplina que aplica la ironía a los temas de la Unión Cívica Radical y repúblico: calidad a la que pocos hombres más que los por tu pluma mentados podrían alcanzar), pero fundamentalmente te agradezco por la emoción que destila, contagiosa la extremo de estremecerme, algo verdaderamente atípico en estos días de cinismo vital.
Un abrazo, Javier

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