DIEGO ALBERTO BAROVERO

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Félix Luna, un militante




Era 1983. Despuntaba el fervor democrático previo a la campaña electoral que pondría fin a una larga y sangrienta dictadura. Recorría junto a mi padre la Feria del Libro, que por entonces se realizaba en el Centro Municipal de Exposiciones de la avenida Figueroa Alcorta, cuyos pasillos hedían a choripan. Convocado por el mensaje renovador y carismático del emergente Raúl Alfonsín me identifiqué tempranamente con el radicalismo, pero necesitaba profundizar sobre las raíces, principios e historia del casi centenario partido que habían fundado el mítico Leandro Alem y el misterioso Hipólito Yrigoyen. Mi padre me regaló entonces la biografía de este último escrita por Félix Luna muchos años antes, pero que seguía reeditándose con gran éxito.
Al rato y casi por casualidad pude identificar la menuda figura del prestigioso historiador autor del libro que me acababan de obsequiar que corría rauda por un pasillo con rumbo a alguna presentación o mesa redonda.
Se me ocurrió pronunciar su nombre con la intención de obtener su autógrafo: "Doctor Luna". Presto, el autor giró sobre sus talones y se volvió hacia mi, accediendo a firmarme el ejemplar de "Yrigoyen" y departir unos instantes amablemente. "A Diego cordialmente, 1983", escribió de su puño y letra. En pocos días, había leído el libro y me había convertido - como su autor - en un devoto yrigoyenista y un radical convencido.
Fue mi primer encuentro con el notable intelectual y desde entonces profundicé mi conocimiento sobre su obra y consecuentemente creció mi admiración por él.
El destino y su personalidad llana y amable me facilitó poder acercarme a él, como a miles de jóvenes a quienes recibía con frecuencia. Desde la militancia juvenil en la UCR varias veces recurrimos a su sabiduría y su compromiso democrático para convocarlo a conformar mesas redondas y paneles que permitieran acercar a las jóvenes generaciones de radicales a la historia partidaria y a las grandes figuras rectoras.
No era difícil obtener una entrevista con él, en la redacción de "Todo es Historia" en la calle Viamonte o en su estudio de Reconquista. Siempre se mostró generoso y abierto para evacuar la curiosidad de los jóvenes de entonces.
Por mi afición a los estudios históricos también le debo gratitud por permitirme colaborar con su prestigiosa revista y por haber aceptado siempre mi requisitoria a participar de alguna actividad de difusión cultural o incluso algún emprendimiento político no partidario, ya que preservó su condición de ciudadano independiente no afiliado a ningún partido desde el retorno de la democracia.
Así, su incorporación al Instituto Yrigoyeneano (fundado en 1948 y al cual estuvo vinculado en sus orígenes cuando escribió su primitiva "Yrigoyen, el templario de la libertad" como Tomo 1 de la inigualable "Hipólito Yrigoyen, Pueblo y Gobierno", editado por la Editorial Raigal de los hermanos Sobral ) se transformó en designación como Miembro Honorario por la Ley 26040 que creó el Instituto Nacional Yrigoyeneano.
Y especial mención merece también su aceptación a cofundar el Grupo Aurora de una Nueva República, su última actividad pública. Ya bastante enfermo, compartió con un reducido núcleo de amigos (Marcos Aguinis, Atilio Alterini, Fernando Blanco, Horacio Sanguinetti, Juan Vicente Sola y el suscripto) un almuerzo en el Club del Progreso, donde se resolvió la creación de ese espacio de defensa de los valores democráticos.
Poco antes de ser internado pude volver a encontrarme con él para llevarle un proyecto de libro que aceptó prologar sin que la salud le permitiera llegar a hacerlo. Hablamos del país y del radicalismo. Me correspondió comunicarle que el Instituto Nacional Yrigoyeneano deseaba designarlo Presidente Honorario y le consulté si estaba dispuesto a aceptar: "Acepto por don Hipólito. Por don Hipólito, todo". Me respondió. Tampoco hubo tiempo.
Me considero un privilegiado por haberlo conocido, haber podido compartir reflexiones con él, por haber sido colaborador de "Todo es Historia" y por haber compartido espacios institucionales como el Instituto Nacional yrigoyeneano y el Grupo Aurora.
Se ha dicho que fue un intelectual prolífico, casi como aquellos del Renacimiento, que destacó en toda actividad que desarrolló: historiador, novelista, poeta, artista, periodista, político, hombre de estado.
Sin embargo me quedo con una definición: fue un militante. En sus tiempos juveniles lo fue de la UCR y de la UCRI, convocado por el mensaje renovador y desarrollista de Frondizi "su antiguo jefe y maestro", escribió alguna vez él mismo.
Luego, sin adscripción partidaria formal, siguió siendo un militante radical. Si no en los papeles, lo fue en los hechos, en la sustancia y en las convicciones profundas.
Su obra intelectual y cultural fue claramente una actitud militante y comprometida, formadora de los que abrevamos en su labor, en su sabiduría y en su consejo.

Diego Barovero

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